El expresidente Carles Puigdemont ayer en Waterloo con la plana mayor de Junts. ACN
18/10/2024
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El diario ARA me invita a hablar sobre el futuro de Junts. Me avengo rápidamente porque aunque formalmente es una formación que nada tiene que ver con Convergència Democràtica de Catalunya, el partido donde milité durante toda mi carrera política en la administración, durante estos últimos años he vivido con pena sus miserias (algunas buscadas, otras no) y he celebrado como si fueran propias las pocas alegrías que han tenido, básicamente gracias a la conservación de alcaldías emblemáticas oa la carambola de tener siete votos imprescindibles para Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. Inevitablemente, aunque a algunos de sus dirigentes les hago responsables de la suspensión del autogobierno y de la incuestionable pérdida de peso económico y político de estos últimos años, es tan desproporcionado el castigo que muchos han sufrido –y que , como en el caso de Carles Puigdemont, todavía sufren–, que cuando alguna argucia parlamentaria les sale medio bien no puedo evitar mirarles con la misma simpatía cómplice que en los años ochenta me miraba Pixie y Dixie, ese par de ratones que hacían ir de cabeza al pobre gato Mr. Jinks. Será por el arrebato que siempre nos acompaña a los catalanes o, simplemente, la empatía que sientes con alguien cuando ves que todo el mundo se atreve. Recuerde lo que... de los tuyos quieres decir, pero no quieres oír.

Desde mi perspectiva –necesariamente subjetiva– pienso que el próximo Congreso de Juntos debería servir al menos para tres cosas. En primer lugar, para hacer limpio: esto es, para encontrar la fórmula de compromiso entre no dejar olvidado entre las nieblas de Waterloo al presidente Puigdemont y, al mismo tiempo, saber encontrar la forma de mirar hacia delante, potenciando las caras nuevas, el aire fresco y sobre todo la renovación de un discurso que, desde el colapso de 2017, muestra signos evidentes de hipoxia. Si todos son tan patriotas y generosos como dicen, favorecer la renovación no debería costarle tanto.

Segundo, pienso que si este espacio político aspira a poder ser algún día el partido central y mayoritario, urge liberarse de una cierta visión teleológica sobre Catalunya, un prejuicio inoculado en las escuelas de verano de la JNC durante los años ochenta y noventa y que hizo creer a muchos de los que han acabado siendo cargos de Junts que algún día Catalunya sería independiente a toda costa, o, paradójicamente en el otro extremo, que si no es así acabará desapareciendo. Ni lo uno ni lo otro, al menos de forma inevitable e inminente. Porque Catalunya será independiente o no lo será. Y que no lo sea, en ningún caso debe suponer el fin del mundo ni que el cielo deba caer sobre la barretina de nadie. De hecho, si hacemos caso a la experiencia de los últimos cincuenta años, la tradición hispanista del catalanismo no sólo ha sido casi siempre más importante electoralmente que el independentismo, sino que también ha sido infinitamente más provechosa en sus consecuciones prácticas (libertades, progreso y concordia).

Desactivado este prejuicio, creo que Junts simplemente debe procurar construir una alternativa de Gobierno, progresista y liberal, particularista pero cosmopolita, realmente representativa de la catalanidad, históricamente pactista y meritocrática, más amiga del pensamiento libre, la empresa y la creatividad que de los maximalismos, el dirigismo de la administración y las tentaciones estatistas. Sin complejos y, sobre todo, sin dejarse contaminar la agenda por la extrema derecha, por muy catalana que sea.

A corto plazo, además, quizás antes de que se lo imaginan, la dificultad de los tiempos que vivimos puede volver a ponerles el viento en popa. Porque en materia de infraestructuras, fiscalidad o respeto a la iniciativa civil, el presidente Illa piensa cómo piensa, pero sus socios también, y temo que pronto se lo harán notar en el Parlament. Y en cuanto al conjunto de España, tampoco cuesta demasiado intuir que las posiciones de Pedro Sánchez sobre la plurinacionalidad del Estado pueden durar lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio, en la medida en que el personaje ha acreditado sobradamente que son las necesidades del momento las que definen sus convicciones. Si unas cambian, lo harán otras. Cuando esto ocurra, Junts puede estar entretenida peinando el gato, como Pixie y Dixie, o en condiciones de ser una alternativa. Para serlo, es necesario tener las ideas bien ordenadas, un equipo solvente y conservar, como hasta ahora, ¡un poco la suerte de cara!

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