Uno intenta repasar una vez más el texto de una novela, es su oficio al cabo, pero no puede. Intenta ausentarse con la imaginación de lo que le rodea, de aquello a lo que pertenece, pero no puede. Mi país, Galicia, vive un trance peculiar. Nos convocaron a elecciones y supuestamente se trata de decidir la representación que deben tener los diversos partidos pero en realidad esto está siendo un referéndum para escoger bien este presente que pisamos, que es pasado, o bien un futuro. Y el futuro nunca se conoce, es un país por nacer.
Y no se trata solamente de que el PP lleva quince años ocupando la Xunta de Galicia, aunque el balance de su gestión y las consecuencias de su modo de entender la política son un asunto muy serio. Y tampoco se trata de que la autonomía fue gestionada por la derecha española excepto en dos periodos de gobierno que suman en total seis años, y eso tiene consecuencias muy concretas en como modela y se conforma una sociedad. Consecuencias económicas, demográficas, culturales, políticas…
Cabe preguntarse qué tipo de “nacionalidad”, tal como la reconoce la constitución vigente, es ese país tan difícil de encerrar en un dibujo. Un país que se reconoce a sí mismo como tal según todas las encuestas pero que no tiene apenas expresión política nacional. Un país donde gobierna la derecha española pero que no se reconoce en los símbolos ni en la cultura del nacionalismo español castizo.
Es evidente que Galicia no es la España castellanoandaluza del crisol madrileño pero tampoco es una nación política como Euskadi o Cataluña. Al menos hasta ahora.
Precisamente de eso se trata, de si tras esta convocatoria electoral Galicia aparecerá finalmente como una verdadera nacionalidad política. Y eso tendría sin duda consecuencias en la política estatal, seguramente precipitaría la crisis que ya se está larvando del liderazgo de Feijóo. Quien, por otro lado, en Galicia está enfrentado con el candidato Rueda. Aunque el PP tiene el control de la mayoría de las comunidades autónomas perder en Galicia sería un primer revés importante simbólicamente y debilitaría mucho a Feijóo.
Esa derrota del PP fortalecería la posición del gobierno de Sánchez, quien desea el triunfo electoral de su partido, aunque es cosa que no le da ni de lejos ninguna encuesta y en ese caso sólo podría ser un aliado, una vicepresidencia, en un gobierno liderado por la candidata del BNG, Ana Pontón. Pero aún así le beneficiaría pues ese resultado evidenciaría que su viraje tras las elecciones responde a la realidad de este estado, donde existen varias realidades nacionales y un gobierno progresista sólo puede gobernar pactando con los nacionalistas. Fuera de Euskadi, Cataluña y Galicia aparecería un paisaje políticamente homogéneo y muy conservador.
Pero Pontón es, sin duda, el centro de estas elecciones. Ana Pontón es un fenómeno político en si mismo que reconocen sus competidores y adversarios. Los demás partidos siempre envidiaron la militancia del BNG, combativa y resistente en los momentos más duros, pero ahora le envidian también la candidata porque parece ser la candidata que lo reúne todo, la candidata total.
Efectivamente tiene dones y capacidades personales que la hacen valorada y atractiva para personas de distintas edades, orígenes sociales y territoriales, culturales, ideológicos. A pesar de haber estado opacada totalmente en los medios de comunicación públicos, controlados férreamente por el PP, y gran parte de los privados es la candidata mejor valorada, por delante del candidato que ocupa actualmente la Xunta y todos esos medios de comunicación.
Pontón demuestra ser una política preparada y capaz como portavoz de la oposición y con una imagen que sintoniza con el país y con el tiempo. De origen rural, es una mujer moderna que defiende posturas feministas y democráticas con firmeza, pero con una naturalidad que no es impostada. En ella se puede reconocer hoy casi cualquiera, es como alguien de cualquier familia gallega de hoy. Frente a ella los otros candidatos aparecen como lo ya visto, la frescura de la imagen de Ana Pontón los hace envejecer. Sin duda viene siendo la novedad política en la vida gallega y es la estrella de estas elecciones.
Su liderazgo es total en una organización muy militante, con principios políticos sólidos y unida en estos momentos a su alrededor y entra electoralmente en electorado que en otros momentos fue socialista e incluso en una parte del “popular”. Es una candidata con una recepción bastante transversal. Su tirón aún no ha llegado a un límite y es lo que puede determinar la campaña, así que el PP ha reaccionado con temor y en los últimos días pasó directamente a una campaña sucia recuperando la evocación de la ETA y relacionándola con el BNG.
Si el PP pierde el resultado es un cambio para Galicia impresionante, desde luego le daría una imagen y una presencia más vigorosa y nueva. Pero internamente daría paso a una nueva época de más libertad en la vida diaria y a cambios que afectarían a la población y la economía orientados a una mayor defensa de sus propios intereses frente a las grandes empresas del IBEX, que encuentran su valedor en este PP, totalmente sumiso a las decisiones que llegan de Madrid. Porque habría que explicar que tras la marcha de Fraga, ese personaje complejo, el PP gallego perdió la autonomía que practicaba y es con Feijóo y Rueda un puro reflejo madrileño. Y eso explica también en parte su mayor debilidad política actual.
Pero el verdadero fenómeno político de estas elecciones y que encarna Ana Pontón es el de la madurez del nacionalismo gallego. Una corriente nacida en la izquierda al principio de los años sesenta del pasado siglo y que necesitó todas estas décadas para dar a luz una nueva generación, con protagonismo de las mujeres y el movimiento feminista, que sintoniza con la sociedad y su tiempo. Una generación formada en la propia militancia de la organización pero que sin renunciar a los principios está siendo capaz de abandonar el resistencialismo y se ofrece preparada para gobernar.
Por otro lado, este es el momento. La sociedad gallega, envejecida por una emigración continua, está expresando un deseo de cambio y Ana Pontón sólo es un excelente catalizador de esos deseos. Veremos si el poder del deseo y la ilusión vence o no al estatismo de unas estructuras afianzadas en el poder.