No ha pasado ni una semana del alto el fuego en Líbano y ya hay nuevos frentes abiertos en Oriente Próximo. La guerra no se detiene. Se reorienta. Miles de personas van volviendo a su casa en el sur del Líbano, pese a las restricciones de movimiento impuestas por Tel-Aviv, el toque de queda en el sur del río Litani y los bombardeos esporádicos israelíes que se encargan de recordar cada día la fragilidad del papel mojado. No se trata de pacificar la zona, sino de un cambio de objetivos. El primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, ha dejado claro que la prioridad ahora es centrarse en Irán, mientras en Gaza se acelera la crisis humanitaria. Con la Franja más abandonada que nunca, su destrucción ha quedado como telón de fondo de la lucha por la influencia regional. Allí los bombardeos no se han detenido y ya hay más de 44.000 muertos. La Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) anunció el domingo que detenía las entregas de ayuda al territorio sitiado después de que sus convoyes, que transportaban alimentos y suministros, hayan sido atacados repetidamente. El hambre, el caos y el asedio agravan la supervivencia de los habitantes de Gaza mientras la mirada internacional se desvía hacia la última escalada que sube a los titulares.
“Asad juega con fuego”, declaraba Netanyahu hace sólo una semana, y en cuestión de días la guerra en Siria se ha reactivado. La aviación rusa ha vuelto a escena bombardeando los bastiones de los rebeldes sirios. En las últimas horas ha comenzado una evacuación a gran escala desde la ciudad de Alepo, según fuentes de las fuerzas rebeldes sirias. Vuelven los combates en la capital económica del país, que ya fue víctima de las brutales represiones del régimen –desde el hambre hasta los ataques con armas químicas–, de los bombardeos rusos y de las depredaciones de los yihadistas.
La Siria de Bashar el Asad ha visto cómo los aliados que ayudaron a sostener el régimen –de Hezbollah a Moscú– se han ido desgastando en otras guerras, y esta debilidad la han aprovechado los rebeldes sirios para ganar terreno , en los últimos días, en el norte y hacia el sur del país. Siria vuelve a erigirse en el territorio en disputa donde colisionan las diferentes agendas de influencia regional. Por eso, horas antes de la entrada en vigor del alto el fuego en la guerra contra Hezbolá, la aviación israelí destruyó tres cruces que conectan Siria y Líbano, y Benjamin Netanyahu habló con Vladímir Putin para asegurarse que las milicias chiítas libanesas no puedan utilizar el puerto sirio de Latakia, donde existe una base naval rusa.
Estamos ante agendas geopolíticas cruzadas y del recordatorio de un conflicto que nunca acabó. Siria ha sido un agujero negro de los derechos de la guerra desde 2011 y hasta la fecha; allí donde Occidente enterró sus propios principios y asistió impotente a los crímenes de guerra cometidos sobre la población civil mientras Rusia se convertía en la pieza clave del régimen desplegando armamento y soldados sobre el terreno hasta dar la vuelta al ahogo de las tropas gubernamentales.
El regreso de las bombas sobre Alepo y la nueva ofensiva rebelde son también un baño de realidad para una Europa que estaba decidida a rehabilitar Al Asad por sus propios intereses. Italia y Austria llevan meses presionando a la Unión Europea para que dé a Siria la consideración de país "seguro" y, por tanto, para que se puedan devolver los miles de refugiados sirios que cada año piden asilo en la UE. En octubre pasado el canciller austríaco, Karl Nehammer, utilizó a las más de 200.000 personas que atravesaron la frontera desde Líbano hacia Siria huyendo de la invasión terrestre por parte de Israel como la prueba que demostraba, según él, que Siria es un país seguro al que regresar. Por su parte, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, presiona también para que la Unión Europea normalice las relaciones con Bashar el Asad para facilitar la negociación de acuerdos de deportación. Roma y Viena no están solos en esa estrategia. Dinamarca ya revocó en 2019 el permiso de residencia de decenas de refugiados sirios con el pretexto de que Damasco era un territorio seguro y que podían regresar a su país.
Una vez más, la realidad geopolítica ha dejado en evidencia la miopía europea, obsesionada por sus miedos más inmediatos.
Oriente Próximo se ha convertido en un único frente de conflicto, fluctuante pero incansable: guerras de intensidad diversa en Gaza, Libia, Irak, Yemen o Siria y crisis humanitarias agravadas por el fracaso de la respuesta internacional. Y en esa inestabilidad, Vladimir Putin ha sabido utilizar los errores occidentales en Libia, Siria o el Sahel para reinsertar a Rusia en una posición de influencia en el Mediterráneo. La supervivencia de la Unión Europa se decide tanto en Ucrania como en Oriente Próximo.