Ningún partido está en condiciones de proclamarse beneficiario principal y mucho menos a título único de la decisión del presidente Aragonés de convocar elecciones anticipadas. Ni Esquerra, que tenía la sartén de la convocatoria por el mango, ni el PSC de Illa, ganador en las últimas encuestas, ni Junts, que ya ha sacado la bandera del plebiscito Puigdemont, el político del que hablarán más todos los medios de Catalunya y de Madrid, sea o no sea candidato. Los tres tienen activos y pasivos, que van del atractivo del cabeza de cartel en el balance de la legislatura, pasando por los incumplimientos de las promesas electorales del 2021 y las contradicciones acumuladas.
Además, el electorado catalán no es un mercado fácil. La exigencia del votante de izquierdas y del independentista puede dejar a gente en casa, al igual que, a última hora, puede motivar el voto para que no gane según quien. Y porque esta vez la no aprobación de presupuestos ha sido percibida como resultado de priorizar los intereses de partido por encima de los intereses de la gente. Que los partidos van siempre con la calculadora ya lo sabemos, pero lo que no se entiende ni con la enmienda a la totalidad de los comunes, ni con la de Junts ni con la decisión del presidente de anticipar elecciones es qué calculadora han hecho servir para acabar encontrándose que ahora tienen dos meses para seducir a un electorado que no está para demasiadas seducciones. La sociedad vive mucho en el límite económico, lo está pasando mal y lo mínimo que se podía pedir en el Parlament es que hiciera el trabajo y salieran unos presupuestos, por mucho que mientras no podamos disponer de nuestro esfuerzo fiscal siempre serán insuficientes.