Se ve que se multará a los usuarios de la sanidad que cometan violencia contra el personal sanitario. Y entre estos actos de violencia se encuentra "levantar la voz, intimidar e insultar o amenazar, sea presencialmente oa través de las redes sociales, así como agredir o causar daños materiales dentro o fuera de los centros".
Siempre lo decimos, pero cuando las cosas no se pagan o se pagan demasiado baratas, no se agradecen, porque se dan por supuestas. Y eso ocurre con el familiar que te recoge la ropa de tierra y te hace la comida, con el maestro que da clases a tu hijo y con el basurero que recoge hojas en la calle que pisas. Cuando en el supermercado hay una mujer de la que deja probar trocitos de queso te lanzas ya ella ni le sonríes. Si tienes que pagar por tener derecho a ir a buscar setas te miras más; si no, si ir al bosque es gratis, te da igual tirar el papel de plata del bocadillo.
Es un milagro poder ir al hospital, decir que te duele aquí y esperar la solución. No hace mucho, hablábamos fascinados del médico. "La abrieron y tal y como la abrieron la volvieron a cerrar, porque ya no había nada que hacer", decía la tía, resignada. "Tenía un mal feo", decía el tío. Hoy cualquiera puede ir al hospital a ser tertuliano de tele privada. Ningún sanitario se levanta con ganas de hacer esperar, pero muchos usuarios (del tren, del médico, de la escuela) se levantan con ganas de pegar gritos. Les encanta gritar, les produce una especie de placer sexual, derivado de que creen que han descubierto una conspiración en contra de ellos. Normalmente, los llamativos también suelen suciar, porque no se gustan. Por eso gritan tanto. ¿Qué harán cuando reciban la multa? Pues gritar más, he aquí.