Guiones que todavía se pueden escribir

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Escriptura con pluma sobre una libreta.

Ha empezado julio y todo son alegrías. Mires donde mires hay un motivo para alarmarnos. Casi tanto como nos estresan las oleadas de calor de las que nos avisan cada semana y que ya nos queman la cabeza mucho antes. El futuro lo pintan muy oscuro, pero no es una de estas tormentas que con tanta suerte han caído sobre nuestros bosques. El futuro es una tormenta tras otra. En el peor de los sentidos, porque si fuéramos sobradas de agua, bueno, pero los días de lluvia acabarán siendo suficientemente preciados como para denominarlos “buen tiempo”. Y ya sería hora. Las tronadas llegarán, de hecho, ya llegan, en forma de crisis económica. Aviso que está prohibido hablar de “oportunidad” por respecto a quien no tiene ninguna y a quien sufre las angustias de no poder vivir en unas condiciones dignas. No es un chollo ver como vamos otra vez por el mal camino cuando ya sabíamos que íbamos por él. No es agradable observar como los buitres se rozan las manos y extienden las alas ante este panorama. 

Europa decide rearmarse como si a los enemigos actuales se los redujera con los fusiles de siempre. ¿Lo saben, estos de los presupuestos, quién es el enemigo? ¿Son ellos mismos? ¿Cuándo podremos decidir directamente qué se tiene que hacer, con nuestros impuestos? ¿Pero nos pondríamos de acuerdo o sería más o menos como ahora? ¿A quién tenemos que enriquecer todavía un poco más no fuera que alguien de arriba pierda y se nos caiga encima? En los Países Bajos los agricultores han salido masivamente contra la ley ecológica que amenaza con acabar con buena parte de los productores. Las revueltas no duran cuando la represión está organizada y el miedo cae en un solo bando. Veremos. ¿Es incompatible el ecologismo con la demanda alimentaria excesiva que sufrimos? Sí, y tanto. El gas es la preocupación máxima de este invierno. Gastamos demasiada energía. Gastamos demasiado de todo. ¿Pasaremos de un extremo a otro? En Francia se habla de “economía de guerra” y dormimos escondiéndonos bajo las sábanas para que no nos vean los monstruos. Los monstruos no desaparecen. Su función no caduca. Continúa habiendo problemas de abastecimiento de diferentes productos. El euro cae y la prima de riesgo puede volver de visita o para quedarse. La familia nunca se marcha del todo. Yo no entiendo sobre ello, pero todavía recuerdo a los hombres de negro y todas aquellas historias de terror de la crisis anterior. ¿Cuántos antecedentes tenemos y cuántos nos quedan por conocer? Los remakes de la película de nuestra historia son cada vez más apocalípticos. Ahora tenemos que sumarle pandemias que no marchan y glaciares que se deshacen como cuando tiras el café de verano encima del hielo. Se quedó corto, el apocalipsis. Y eso que todavía no ha llegado. 

Respiremos. 

El otro día veía una entrevista en Els matins de TV3 entre Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, que fue asesinado por ETA en 2000, y Luis Carrasco, miembro del comando que lo mató. Hablaban de la justicia restaurativa, de la importancia del diálogo, de la capacidad humana de arrepentirse y de escuchar. De cómo la víctima es capaz de mirar al verdugo y de cómo se enfrentan los dos a las preguntas y a las respuestas. De cómo curar las heridas, de cómo poder continuar la vida. Siempre que he pensado en estos encuentros me parece un ejercicio dificilísimo que pide mucha serenidad. Antes, ciertamente, estas personas hacen un trabajo psicológico muy bien acompañadas. Pero aun así. Antes, seguramente, ninguna de estas personas se veía capaz de enfrentarse al proceso de diálogo. Para ellos ha sido una posibilidad de encarar el futuro. ¿No podríamos aprender nada de ello, todos juntos, y convertir el apocalipsis en un destino que nos cure las heridas en lugar de multiplicarlas? 

Natza Farré es periodista
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