Hélène Carrère de Encausse y los errores de los kremlinólogos
¿Qué se cuece tras los muros del Kremlin? Esta era la pregunta que, durante la larga existencia de la Unión Soviética (1917-1991), se esforzaban cotidianamente por responder unos personajes denominados kremlinólogos. Supuestamente sabían todo lo que se podía saber sobre un régimen hermético y complejo. Llegado el momento, se comprobó que no sabían casi nada: el colapso de la Unión Soviética les pilló por sorpresa. La kremlinóloga más célebre de Europa, Helène Carrère d'Encausse, fue un ejemplo perfecto de aquel colectivo cegado por sus propios prejuicios.
Helène Carrère d'Encausse (1929-2023), secretaria perpetua de la Academia Francesa, se vio sometida durante sus últimos años a un ejercicio de transparencia forzada. Su hijo es el escritor Emannuel Carrère, caracterizado por contar en cada una de sus obras su propia vida y la de sus próximos. Cuando Emmanuel publicó Una novela rusa (2007), madre e hijo dejaron de hablarse por unos cuantos años. Emmanuel revelaba que el padre de Helène colaboró con los nazis durante la ocupación de Francia y fue ejecutado, sin que apareciera el cadáver, tras la liberación. Helène creyó que su deslumbrante carrera iba a derrumbarse.
El cargo de “secretaria perpetua” de la Academia suena a condena laboral, pero constituye la posición más relevante en el complejo universo de la intelectualidad francesa. Incluye, entre otras cosas, una residencia oficial casi tan lujosa como el palacio del Elíseo. Pese a los temores de Helène, la revelación no cambió nada: la kremlinóloga permaneció en su atalaya perpetua hasta la muerte.
Pero tanto Una novela rusa como la más reciente obra de Emmanuel Carrère, Kolkhoze (2025), aún no publicada aquí y centrada en su madre, ofrecen claves esclarecedoras sobre los prejuicios que desenfocaron una y otra vez los análisis de Helène Carrère d´Encausse en torno a lo que ocurría en la Unión Soviética y luego en Rusia.
Varios kremlinólogos célebres tenían orígenes familiares en Rusia o en países muy influidos por ella. Los estadounidenses Richard Pipes y Zbigniew Brzezinski, por ejemplo, procedían de Polonia, y para ellos Moscú era siempre amenazante. A Helène Carrère d´Encausse, nacida en París como Helène Zourabichvili, hija de un georgiano y una germano-rusa que habían huído de la revolución soviética, le ocurría lo contrario: le fascinaba el imperio ruso. Pese a que sus ancestros eran en un 75% georgianos, eligió la tradición materna de los Von Pelken, antiguos miembros destacados de la aristocracia zarista. Hablaba perfectamente ruso y prefirió olvidar el georgiano.
En Kolkhoze, su hijo Emmanuel va dejando caer, aquí y allá, los errores de apreciación maternos en sus profecías kremlinológicas. Hubo uno de base: basándose en su tesis doctoral, Helène estaba convencida de que si algún día la Unión Soviética entraba en crisis, sería por la sublevación de sus repúblicas musulmanas. Pese al caso de Chechenia, posterior a la disolución de la URSS, eso nunca llegó a ocurrir.
Tampoco acertó Helène Carrère d´Encausse —expliquemos un nombre tan pomposamente francés: la hija de refugiados georgianos y rusos se casó con un corredor de seguros francés y unió los dos apellidos de él para lograr una sonoridad aristocrática— tras el colapso. En sus libros El triunfo de las nacionalidades (1990) y Victoriosa Rusia (1992) pronosticaba que la antigua sociedad soviética, gracias a su buen nivel educativo y a su mala experiencia con el comunismo, iba a integrarse rápidamente en el conjunto de sociedades democráticas de la Europa occidental. Eso tampoco llegó a ocurrir.
Pese a todo, Helène mantuvo su prestigio como gran especialista en las complejidades rusas. No hubo presidente francés que no la consultara con asiduidad. Al fin y al cabo, Helène Carrère d´Encausse tenía acceso a Vladimir Putin y conversaba con él a solas. Y, sin embargo, la secretaria perpetua de la Academia aseguró hasta el último día que Rusia jamás invadiría Ucrania. Una semana antes de la invasión, declaró que Putin era “un hombre racional y consciente de los riesgos que nunca se lanzaría a una acción desconsiderada”.
La prensa francesa se ensañó con ella. “Una académica en la niebla”, tituló Le Monde un largo artículo sobre sus errores. En “Kolkhoze”, Emmanuel Carrère explica que el amor “visceral” de su madre por Rusia conllevó “la indulgencia hacia Putin” y que, “durante 20 años, ella no dejó de trasladar al Elíseo la palabra del Kremlin, y repitió a Chirac, a Sarkozy, a Hollande, a Macron y a sus sucesivos ministros de Asuntos Exteriores que Rusia es un gran país, que no podemos juzgarlo según nuestros criterios y que Putin es un hombre de paz, a condición de que no se le humille”.
Mi impresión personal es que, entre especialistas que odian a Rusia y especialistas que aman visceralmente a Rusia, hoy seguimos muy mal informados sobre “lo que se cuece tras los muros del Kremlin”.