Los hijos en el banquillo de los acusados
La familia está configurada por personas humanas. No hay dos personas iguales y, por lo tanto, entre los padres, entre los hermanos y entre los padres y los hermanos crecen y se desarrollan diferencias de potencial que constituyen complejos sistemas de poder y culminan en singulares relaciones de dependencia. La propia figura del hermano mayor es un clásico: se cree por delante de los demás y, al mismo tiempo, con derecho a sacar rendimiento de los padres (la figura del heredero consagrada en este país es una institucionalización perversa de esta realidad). Si la familia es numerosa, el juego se complica y las combinaciones de las fidelidades también. Existe una tendencia nada inocente a creer que por el interés de la familia todo está justificado. Y es en este contexto donde a menudo se pierde el principio de realidad y se despliega el nihilismo: todo está permitido. Y al mismo tiempo se configuran rivalidades y lealtades internas con la dialéctica padre-madre como hilo conductor.
En la desdicha de la familia Pujol se cruzan la patria y la familia, dos formas básicas de socialización, basadas en la tierra y en la sangre, dos marcos con pretensión de sagrados como vía de articulación de la colectividad. En nombre de la patria todo está permitido, en nombre de la familia, también. Y a partir de ahí todo es posible. El resultado es que ahora tenemos a los hermanos Pujol sentados en el banquillo de los acusados en la Audiencia Nacional. La madre ya no está. Y el padre, con 95 años y una importante degradación cognitiva, comparece telemáticamente, y hay muchas dudas de que pueda ser juzgado a pesar de que el tribunal de momento lo mantiene en el procedimiento. Ironías de la vida, son los hijos los que se sientan en el banquillo de los acusados. Ellos, que imaginaban que el poder del padre les garantizaba la impunidad.
Ahora ha llegado el juicio. Los padres dejarán su biografía marcada con un deshonor que ya no vivirán, los hijos pagarán las consecuencias de haberse creído intocables. A pesar de que, todo hay que decirlo, el president Pujol, políticamente, ha jugado un papel importante en este país: en Catalunya relanzando la nación, pero también en España defendiendo en momentos críticos a las instituciones y contribuyendo a la normalidad de la alternancia. Pero la irresponsabilidad o, si lo preferís, la ligereza en el tema de la corrupción es algo que flotaba en el ambiente, y nadie se ha sorprendido de las cosas que han acabado viendo la luz (y lo que queda por ver). Las pulsiones que sostienen la vida familiar son inefables.
¿Qué música pondrán los jueces a este caso? ¿Dónde llevará el juicio? En cualquier caso, la ambición siempre tiene ese riesgo: creerse realmente que todo te está permitido. O, en el caso de los hijos, dar por sentado que el poder del padre te da vía libre a la impunidad, que es un signo de estar fuera del mundo, entre otras cosas porque la hegemonía de las autoridades suele ser efímera. Amparados por la madre y el aura presidencial paterna, creían que podían permitirse cualquier cosa. La sensación de impunidad ha contribuido a que los hijos hayan ido mucho más allá de lo razonable. Podría ser interesante que alguien escribiera el relato de las dilaciones que han hecho que el desenlace de esta historia, una historia de gente que ha perdido la noción de las cosas y que ha creído que todo le estaba permitido por ser hijo de sus padres, se haya alargado tanto. Las relaciones familiares son perversas y han ido engrosando su creencia de intocables hasta que alguien dijo basta.
Habrá quien querrá hacer de este juicio una enmienda a la totalidad del nacionalismo catalán. Se equivocan: miren a su alrededor. Constantemente hay noticias de implicaciones políticas y familiares en el día a día de la política: la tentación del dinero fácil está muy extendida en la medida en la que en todos los partidos hay quien va directo a aprovecharse. Y no hablemos ya de la otra corrupción, la de quienes juegan a favor de los intereses del poder económico a la caza de personas vulnerables susceptibles de ser compradas. La corrupción no es exclusiva de este episodio: es una práctica de la que hay noticias todos los días.
Pero en el caso de la familia Pujol tiene el factor añadido de la coartada patriótica, tan obscena como cualquier otra. Y que los pone en contradicción consigo mismos. Tanto discurso patriótico para terminar miserablemente buscando conseguir algo en cada esquina.