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Ya hace unos cuantos días que por las redes sociales circulan frenéticamente las imágenes de la toma de Kabul y del terremoto de Haití. Quedamos horrorizados. Son vídeos domésticos: una periodista sollozando en voz alta mientras filma cómo sube al avión el presidente del país; los gritos de la niña a quien los talibanes arrancan de los brazos de su madre; la gente aferrada al avión de los americanos, que se eleva a pesar de todo, y hace caer al vacío a quienes no se habían soltado todavía. La criatura sepultada por el terremoto de Haití y los pocos recursos para salvarla. No hay suficientes médicos. El efecto de estos vídeos rondando todo el día por las redes da la impresión de estar encima de unos caballitos de los que no podemos bajar. Parecen de película de acción, como un tráiler de James Bond. Aun así, en el cine, o cuando comenzamos la última serie de Netflix, sabemos qué vamos a hacer: se trata de mirar un cuento, que nos distraiga un poco del amodorramiento estival. Cualquier parecido con la realidad es pura ficción. En cambio, mirar una y otra vez estos vídeos no va precisamente de ficción: la literalidad de la imagen muestra el final trágico de personas que tenían una vida y un nombre de pila. En el vídeo de Kabul son como un punto en el cielo. Quizás también soñaban por la noche, cuando antes dormían en su casa y olvidaban los sueños por la mañana. Ahora forman parte de ellos de alguna manera, protagonistas de una escena onírica que les aleja definitivamente de la realidad vivida y que circula con el código de la actualidad o el hashtag . En Haití las casas derruidas muestran el bulto de un cuerpo quizás demasiado pequeño para resistir el derrumbamiento.

Quedamos horrorizados ante las imágenes penetrantes, cómplices de haber visto algo escalofriante en nombre de la actualidad. Queremos estar informados. Aun así, restamos paralizados ante lo que parece imposible. Horrorizados y estupefactos. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha pasado? El eslogan de la cadena de noticias norteamericana CNN News iba así: “CNN+ Está pasando”. Lo estás viendo. Esta divisa acompañaba las imágenes de un supuesto bombardeo. Salía un tipo de explosión, una luminaria de colores verdes y rojos y una polvareda en medio de la noche. Viendo estas imágenes, ¿sabemos de verdad qué está pasando? ¿No puede ser una de aquellas fogatas de verano de la noche de San Juan? ¿O la explosión nocturna en un almacén en la Zona franca? Este ruido ensordecedor, ¿qué quiere decir exactamente? En definitiva: lo que está pasando no lo sabemos de verdad. Tampoco sabemos si estamos viendo algo. Estamos viendo lo que nos muestran o lo que parece. Las imágenes y los espejismos se aproximan bastante, a veces. Ver y saber no es lo mismo. Mirar bien y ver claro, tampoco. Solo vas más allá si tienes preguntas de algún tipo, que trabaran lo que te han puesto ante las narices, excavando un bache en el siniestro desfile audiovisual. Por eso necesitamos las palabras: para perforar las imágenes. O para hacerlas hablar mejor.

A menudo no podemos creer que estas imágenes sean de verdad, como cuando no nos creíamos de pequeños que los Reyes eran los padres. Al otro extremo, la credulidad en las imágenes nos convierte un poco en seres de cuentos de hadas, siempre volando en medio de un bosque perdido de donde no podemos salir. Nos faltan elementos para atribuirles un significado. ¿Qué diferencia hay entre un cuento de hadas, una película o un vídeo colgado en Twitter? En el imaginario colectivo, la garantía de verdad pasa por hacernos creer que una imagen vale más que mil palabras. A menudo creemos que mirar y ver son una sola cosa. Pues bien: agárrate que vienen curvas. Hay siempre un bache en el suelo, un borde descosido, que agrieta la imagen desde el punto donde la miramos. Porque en la realidad, como en los sueños, lo importante es encontrar la broca escondida en la imagen, interrogando a quien cree estar viendo algo de verdad. La verdad, al fin y al cabo, tiene una estructura de ficción. Hay que desplegar la vánova encima de la cama y estirarla por todos los lados. Así muy recta. Como en los sueños, donde acabamos por ser la historia y el narrador, el inconsciente jugando con nuestras obsesiones.

Es importante quedar horrorizados, a favor de la condición humana y por encima de la actualidad. No dejar que las imágenes circulen sin pararse, en nombre de la información o del hashtag . Las imágenes recubren una verdad insostenible. Hay que saber cómo se interpretan. Y en este punto, necesitamos a los demás, para hablar juntos de lo que hemos visto, superando la estupefacción que paraliza, el individualismo ferviente de quienes aseguran saber qué está pasando, en la opacidad de una mirada insegura.

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