¿Huesos sí, huesos no?

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01. El oso pardo Cachou ha mostrado un comportamiento “depredador” matando a dos caballos en una semana. 02. El potro atacado.

Las acciones judiciales por la muerte del hueso Cachou en el Pirineo en el 2020, envenenado con anticongelante –hablaban en elSin ficciónde esta semana–, se han reanudado y finalmente podría haber juicio. El caso es emblemático para los conservacionistas, porque por primera vez se ha realizado una investigación criminal por la muerte de un animal protegido. Un delito que si fuera castigado garantizaría, dicen, que el hueso sea respetado en el Pirineo.

La reintroducción de animales depredadores, o potenciales depredadores, en la naturaleza ha sido una controversia permanente entre los que los quieren, para devolver la biodiversidad a la maltrecha naturaleza, y los que no los quieren, cazadores, ganaderos y apicultores, principalmente, aún con el recuerdo vivo de qué era cazar o tener rebaños y colmenas de abeja en la montaña sin peligro ni competencia. Pero el debate huesos sí-huesos no es simplista, olvida los intereses de los individuos más afectados, tanto los huesos como sus potenciales presas. Cabe recordar de qué estamos hablando.

Primero prácticamente extinguimos los huesos del Pirineo, con la caza y la persecución. Luego, en la década de 1990, con el impulso de la UE, se decidió revertir esta situación con programas de reintroducción. Para hacer esto hacían falta huesos, y como en Eslovenia había de la misma subespecie se capturaron y desplazaron a varios de los Balcanes a los Pirineos.

A partir de esto han nacido algunos huesos aquí. Cachou era uno. En principio son omnívoros, con una dieta mayoritariamente vegetal, pero también comen restos de animales muertos y pueden convertirse en depredadores oportunistas. Cuando esto sucede, como fue el caso de Cachou, les etiquetamos de conflictivos y contemplamos actuaciones que van desde darles carroña con aversivos químicos, para deshabituarlos de comer carne, hasta la potencial “extracción” del hueso del territorio.

Cazadores, ganaderos y apicultores dicen que no están en contra del hueso sino de cómo se ha gestionado la reintroducción, que les provoca daños y miedo a salir a la montaña. Los conservacionistas, por su parte, consideran que debemos aprender a convivir con el hueso, que debe ser "conservado" porque es un bien medioambiental. Sin embargo, hay cuestiones de las que no hablamos. Por ejemplo, de cómo los huesos han sido instrumentalizados a nuestra conveniencia: perseguidos, erradicados, secuestrados, reubicados, controlados, intervenidos, criminalizados. O que la convivencia implica darles hábitats amplios, aislados y en buen estado, mientras que la realidad es la contraria, incluido el incremento del turismo de observación. Tampoco se habla de la ética de aceptar caballos, ovejas y cabras heridos y fallecidos como un precio menor a pagar ante la conservación de un hueso. Y, por supuesto, se obvia la contradicción que supone alegrarnos por la investigación criminal abierta a raíz del asesinato de un hueso, mientras tenemos normalizado el asesinato masivo de tantos animales.

Y, por encima de todo, no abordamos la gran fantasía subyacente: creer que una población de huesos con problemas de reproducción por consanguinidad, constantemente geolocalizados, rodeados de incentivos humanos por depredar, convertidos en atractivo turístico y sobre los que "intervenimos" cuando nos conviene, es sinónimo de restaurar un estado natural perdido.

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