1. En manos de quienes creen que todo les está permitido y que no hay límites a su ambición, la inteligencia artificial (IA), a la que están dispuestos a dedicar los recursos necesarios para hacer el marco de dominación de la sociedad, se está convirtiendo en la gran redención que apunta a una auténtica mutación de la condición humana. Ahora mismo ya hay quien dice que la IA puede tener sentimientos y sensibilidad, es decir, que puede desafiar a la singularidad humana. ¿Es posible creer que la IA pueda sustituir a la compleja y arbitraria economía del deseo de los humanos? Una máquina, por mucha capacidad de captar y combinar su información, ¿será capaz de vivir el amor y el odio, el deseo y la furia, la fascinación y el horror, el placer y el sadismo, como es propio de los seres vivos y en particular de los humanos, a través de su complejo sistema perceptivo? ¿Y qué sería de este mundo si llegáramos a este punto, con poderes capaces de imponernos, con presunta legitimidad científica, la forma de estar aquí? No es nuevo: ha habido trágicas experiencias muy chapuceras de estas pretensiones. Sin ir muy lejos, ¿qué fueron sino los totalitarismos del siglo XX con sus variantes nazis, fascistas y comunistas?
No dudo de la utilidad de la IA. ¿Pero qué hay detrás de esa embestida? Un nuevo marco de dominación controlado por muy pocas manos que amenaza con desdibujar la condición humana con toda su singularidad y precariedad mediante nuevas formas de determinación. La democracia se desarrolló cuando se amplió el espacio de la ciudadanía y se le dio la palabra. Ahora parece como si la palabra —y el deseo, y la voluntad— quisieran transferirse a la IA para crear un nuevo sistema de dominación.
2. Miremos el entorno, miremos a los demás, miremos la naturaleza y no nos dejemos atrapar por la máquina que reemplaza nuestras percepciones. En este sentido, me ha parecido elocuente El sentido de la naturaleza, un libro de Paolo Pecere, profesor de filosofía en la Universidad de Roma. Pecere habla de tres experiencias de la naturaleza: la cotidiana —el entorno sensorial en el que vivimos, ese hacer y deshacer de nuestras vidas—; la que las ciencias canonizan -el conjunto de fórmulas sometidas a leyes independientes de nosotros y que nos incluyen-, y el mito -el saber, la metafísica, el origen de todos los fenómenos, la tarea sisífica de dar sentido a todo ello-. Naturalmente, estos tres niveles se traducen en la práctica en las relaciones de poder, elemento articular de la condición humana: no existen dos personas iguales y en cualquier relación existe una diferencia de potencial. Así se construye la complejidad del mundo, las estructuras de poder que lo articulan. Lo que está en juego siempre es lo mismo: los límites de la libertad de cada uno en la escenografía de la Tierra.
En el contexto actual, Paolo Pecere señala algunas alarmas: la evolución "de una ciencia magnífica", la ecología, "que se ha vuelto triste" porque los poderes a los que molesta e incomoda poniendo límites a sus fechorías nos la presentan como una forma de opresión; y Estados Unidos de Trump, que "se descuelgan, ya que su tipo de vida no es negociable", y en sus delirios de omnipotencia son capaces de negar las realidades más evidentes. Hecho que lleva a Pecere a decir que "sólo la razón nos puede hacer comprender de verdad lo que está pasando, pero si no nos sometemos, todo es inerte".
3. La condición humana se construye desde abajo, relación a relación y toda forma de dominación es la voluntad de encuadrarla en un marco determinado. Estamos viendo cómo se va desplazando hacia el poder tecnológico. Puede parecer que, a diferencia de otras formas de dominación —religiosa o ideológica—, tiene la legitimidad científica. Pero la comunidad humana está hecha de la complejidad de unos seres irrepetibles, con su propia economía del deseo y la vida. La pretensión de que la IA pueda llegar a hacer suya esta complejidad es una falacia. O, en cualquier caso, el final de una aventura. ¿Qué es la condición humana si la IA le toma el sitio y, en manos de quienes la controlan, acaba determinando los comportamientos humanos? El estadio superior del totalitarismo. ¿Qué somos sin un punto de misterio, de capricho, de deseo, de singularidad? La IA puede ser un instrumento extraordinario, pero también puede ser un sistema de encuadre y sumisión sin límites. Y creo que debemos seguir deseando ser libres. La pequeña, concreta, singular libertad humana, tan excepcional todavía.