Un aula de un instituto catalán en una imagen de archivo. MARCO ROVIRA
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La inteligencia artificial ha llegado a nuestras aulas. Y en la Escuela El Horizonte y en otras escuelas la hemos invitado nosotros, maestros y alumnado, con la mente abierta y muchas preguntas para resolver juntos.

Bienvenidos a la Escuela. Pase sin hacer ruido, por favor, que estamos trabajando.

Mirad allí: sentados en sillas puestas en semicírculo, una maestra de segundo de ESO acompaña al alumnado en un diálogo socrático: "¿Cree que está bien que una máquina tome decisiones por usted?" máquina?", "¿De dónde salen los datos que alimentan la capacidad de esta máquina para tomar la decisión?", "¿Estos datos son exhaustivos? ¿Tienen un sesgo?".

Ahora gire la cabeza. En el laboratorio encontrará a unos alumnos de tercero y cuarto de ESO abducidos por sus ordenadores: están creando una IA incipiente. Lo alimentan de datos, programan algoritmos, entrenan la red neuronal, la prueban y la iteran. Han tenido en cuenta los sesgos, o eso creen, porque son chicos y chicas de 16 años, y poco saben todavía, ellos y ellas, de sus sesgos. Qué sabemos nosotros, adultos, de los nuestros. Pero allí los tiene, creando alegremente el embrión de una IA.

Y si continúa por el pasillo, verá sentados en unos banquetes a una quincena de alumnos de primero y segundo de ESO: conversan sobre El libro azul de Nebo, de Manon Steffan Ros, publicado por Periscopio. Discuten sobre los efectos de un posible mundo postapocalíptico y postecnológico. Para los protagonistas, la tecnología está de nuevo atada a las manos ya la fabricación de objetos para alimentarse y encontrar refugio, sobre todo. El debate entre el alumnado es binario: algunos creen que el mundo postapocalíptico y postecnológico deEl libro azul de Nebo es distópico. Otros, utópico. "Estaríamos libres de la esclavitud de la tecnología. Los niños volverían a jugar en la calle", declara una joven. "Pero no tendríamos videojuegos ni parques de atracciones", argumenta otro.

Y ahora una última escena: ¿ve a aquel alumno de primero de ESO? El de la última fila. Ha cogido el ordenador, ha abierto ChatGPT y le está pidiendo ideas para escribir un cuento de miedo al estilo El corazón delator de Poe, que han leído previamente en clase. Ahora se detiene: está pensando las instrucciones; los prompts, que dicen. Mire, ya continúa: "Quiero que el cuento no tenga más de 1.000 palabras. Que esté escrito en tercera persona y en pasado. Que el protagonista sea un chico de 18 años. Que el cuento dé miedo, pero no sea violento. Que pase en un castillo. Y que el protagonista también esté obsesionado con un ruido extraño". furtivamente, siente que le pillarán y la abuchearán sin saber por qué. ¿cuáles son los límites, ni cómo usarla, pero que no sufra, que los y sus maestros también están aprendiendo con él, que se están formando, que están abiertos a dialogar, a equivocarse juntos, a no dejarse vencer por el miedo ni el negacionismo infantil?

Ésta es la clave. La inteligencia artificial generativa ya está en la escuela. Desde la curiosidad honesta y la alegría, desde las ganas de ser críticos y ponernos creativos empezamos a conocerla y quererla un poco. Nada de pesimismo: los y las docentes somos optimistas por naturaleza, posibilistas, rigurosos y curiosos; si no, estaríamos haciendo otro trabajo. Os prometo que no estamos aquí por el dinero. Así que abrimos las puertas de la filosofía, la ética, la literatura, la tecnología, las matemáticas, la programación, la historia… acerquémonos desde la transversalidad a la inteligencia artificial generativa. Como decía Plutarco: "La mente no es un recipiente que hay que llenar, sino un fuego a encender", y la mente de nuestro alumnado ya hace rato que está en llamas.

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