Salvador Isla en el pleno del Parlament
19/11/2023
3 min

En el último sondeo del CEO existen algunos datos que merecen atención. Pero la encuesta es previa al debate de investidura, y este no ha sido un debate cualquiera: supongo que muchos ciudadanos han sacado conclusiones de las negociaciones entre el PSOE y los grupos independentistas, y también del conato de revuelta ultraderechista, que seguramente se trasladará ahora a los tribunales. Estos dos hechos –la utilidad del voto soberanista, y el tono rancio de la reacción españolista– pueden servir para movilizar a votantes dormidos o desmoralizados. Pero esto es solo una conjetura. Los datos del CEO, en cambio, son reales, y nos indican que el PSC lo tiene todo a favor para completar su hegemonía con una victoria en las próximas elecciones al Parlament de Catalunya.

Escribiendo esto me ha venido a la cabeza un sketch del Polonia del año 2007. Se veía al president Montilla dando saltitos entre las maquetas de Catalunya en miniatura, gritando “¡Catalunya es mía!”. Y es que los socialistas tenían las alcaldías de las cuatro capitales catalanas, la Generalitat y el gobierno español, con Rodríguez Zapatero al frente. Nada hacía pensar que, un año después, la crisis económica abriría una espiral de cambios, completada con la victoria del PP de Rajoy y el proceso soberanista. No quiero decir con ello que la historia tenga que repetirse, pero la política catalana funciona por ciclos, que son subsidiarios de la evolución política española. Por decirlo de otro modo, la actual luna de miel del PSC con los electores depende peligrosamente del futuro de Pedro Sánchez, y ese futuro está marcado por la inestabilidad.

El PSC se encuentra en una buena posición electoral, en parte por méritos propios, más concretamente por la tendencia de Salvador Illa a no cometer errores. Hay que decir que, al contrario que Sánchez, Illa no ha necesitado ser audaz ni correr riesgos; se ha limitado a ponerse a rebufo del PSOE y evitar al máximo los volantazos. Como sus rivales –la derecha y el soberanismo– han sido estridentes y torpes, el PSC se ha convertido, para muchos catalanes de izquierda y de derecha, en una garantía de estabilidad, de pausa. Es indudable que, después de una década de alto voltaje, la épica ha dejado de ser un argumento ganador. El agravio sigue, pero justo ahora que España se inflama y se divide, Catalunya parece tener ganas de una tregua reparadora. Y el PSC es quien mejor ha captado el mensaje.

Sin embargo, los socialistas están lejos de la mayoría absoluta. El independentismo retrocede, pero resiste; y el PP se refuerza tras fagocitar a buena parte de la derecha españolista.

ERC debe plantearse por qué el CEO no le favorece, teniendo en cuenta que tanto Junts como la CUP bajan ostensiblemente. Aragonès tiene un año para mejorar sus expectativas, pero le costará hacerlo desde un Govern poco visible, con una portavoz y una mayoría de consellers de perfil técnico. Los que hablan de política, en ERC, son Junqueras y Rufián. Esto hace difícil convertir la gestión de la Generalitat en un activo electoral. En cuanto a Junts, sus posibilidades de crecimiento pasan por Madrid, y es ahí donde puede apuntarse logros o, en el peor de los casos, desgastar al PSOE.

Tras los acuerdos de la investidura, socialistas y soberanistas (además de Sumar) representan la amnistía y el camino hacia una solución política pactada, en un país en el que –según el propio CEO– más del 70% reclama un referéndum. Una mayoría a favor de un acuerdo histórico como el que reclamaba Puigdemont. ¿Habrá suficiente generosidad, suficiente sentido de estado, para hacerlo posible? Por desgracia, la voluntad democrática del pueblo catalán no es un argumento político en España. Pero, gracias a la aritmética, los 14 diputados independentistas sí lo son.

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