Gran parte de la población, y no sólo los jóvenes, ya se informa preferentemente por las redes sociales. Para algunos, sólo ha cambiado el formato y la tecnología, pero en realidad ha cambiado el concepto de información. En las redes, el medio es ya el mensaje. Se impone la inmediatez, pero especialmente lo hace el simplismo, la tergiversación y, directamente, la falsedad interesada. Es cierto que la desinformación no sólo está en el mundo de internet, pero es aquí donde forma parte de su naturaleza. Existen dos deformaciones claves. La primera, haber pasado de proporcionar información veraz a priorizar el entretenimiento y el espectáculo. La segunda clave, que el acceso es masivo y gratuito, lo que hace de este espacio lo más adecuado para la manipulación política, especialmente cuando ésta sólo tiene que dar un relato emocional y ha pasado a formar parte de “la sociedad de el espectáculo” del que hablaba hace casi sesenta años Guy Debord.
En los últimos días hemos tenido dos buenos ejemplos del papel de las redes a la hora de conformar una opinión pública y política de forma sesgada. Detrás de la victoria de Trump en las elecciones americanas hay causas que pueden resultar objetivas, como son el resentimiento, el abandono de la América profunda o la soberbia de las élites que representa el Partido Demócrata. Sin embargo, existe un uso intensivo y muy intencionado de las redes de cara a conformar el rechazo al “progresismo” y recuperar el retorno a la tribu. Ocurrió en el 2016, y ha vuelto a pasar ahora de forma más intensa. Ahora, Trump ha contado en exclusiva con el favor de X, de su correligionario Elon Musk. Han construido un relato político fundamentado en los rumores, las falsedades, los insultos, el uso de los miedos, el estímulo a rechazar la inmigración... –es por eso que esta semana también hemos visto cómo grandes cabeceras abandonaban su actividad en X–. En España, acabamos de sufrir el relato de la DANA hecho por la extrema derecha, que ha conseguido fijar su interesada interpretación de los hechos, creando el caos y el rechazo a todas las instancias públicas, además de seguir negando el cambio climático o inventándose bolas para culpar al gobierno socialista. Con todo esto, la ciudadanía que todavía creemos en el poder de los hechos y la verdad que se sustentan sobre la razón ilustrada hemos perdido la batalla y hemos asistido a este avance, al parecer imparable, de los planteamientos antidemocráticos.
Existe un proceso de sustitución de los medios de comunicación por canales de pseudoinformación. Y no me refiero a pasar del formato papel al digital, sino de los contenidos elaborados por periodistas a los que hacen gente con poca formación y menos escrúpulos, para condicionar percepciones y conductas. Ofrecen productos de fácil acceso, sin coste y, sobre todo, sin esfuerzo de lectura y comprensión. Como decía Goebbels que debía hacerse la propaganda, dirigiéndola en forma y fondo a los más estúpidos. Llegan a un público masivo, poco sofisticado y dado, justamente por la ignorancia, a creerse cualquier cosa. A partir de aquí, una mancha de aceite llamada viralidad se pone en marcha. Los medios tradicionales, queriendo modernizarse, acaban por reificar las redes, refiriéndose a ellas y dejando que fijen los temas y las formas de tratarlos. Una sociedad y una comunicación que se igualan por lo más bajo. Más allá de tendencias y maldades de la política actual para dominar la opinión y el voto, el medio tiene cosas que le son inherentes y que dificultan un uso más razonable y respetuoso con la comunidad. Gana en inmediatez, interacción y lenguaje común. Todos estamos llamados a decir y retuitar sin barreras de nivel o conocimiento. Se fomenta la opinión-impulso. Gana por explicaciones fáciles que no hace falta que tengan nada que ver con la realidad. Todo se mueve en el terreno de la emoción y la razón no tiene cabida. Las explicaciones conspiranoicas triunfan, porque estamos dados para no hacer esfuerzo y poder echar la culpa a los demás ya las fuerzas ocultas. Lógica de blogs, los buenos y los malos, amigos y enemigos, los míos y los demás. Como la gente humillada, resentida y empobrecida es mucha, resulta sencillo hacer triunfar el discurso antipolítico. Tomar posición, opinar, sin conocimiento, criterio y, mucho menos, esfuerzo. Una forma de hacer política que avanza y triunfa, una forma de entender el mundo que resulta aterradora.