Instalados en el imaginario de la polarización

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El Congreso  de los Diputados, en Madrid, en una imagen de archivo.

1. El otro. Hace cinco años, John Gray escribía: “El voto a favor del Brexit demuestra que las reglas de la política han cambiado de forma irreversible. El tipo de capitalismo desigual que existe hoy es intrínsecamente inestable y no se puede legitimar democráticamente. El error de los pensadores progresistas de todos los grandes partidos ha consistido en imaginar que era posible aplacar el descontento de la población ofreciéndole lo que en el fondo era una continuación del statu quo”. Seguimos ahí mismo. En tiempo de desconcierto, la simplificación: polarización que ahorra muchas horas de pensar, porque solo hay que encontrar una oposición que marque la incompatibilidad radical con el adversario y repetirla hasta el infinito. En pocas horas en la política española hemos oído "socialismo o libertad", "libertad o fascismo", "comunismo o libertad", según cada uno iba moviendo las piezas. En Catalunya hace tiempo que estamos instalados en el unionismo (constitucionalismo) o independentismo (soberanismo).

Con este panorama las ideas van escasas y todo gira alrededor de la construcción del monstruo: el otro. Es la herencia de la revolución neoliberal a la que la socialdemocracia se entregó y los efectos de un sistema de comunicación nuevo que escapa a los partidos convencionales. En la izquierda nadie se ha preguntado seriamente qué se ha hecho mal para que la gente la abandone por los portadores de promesas del pasado sobre las que el autoritarismo postdemocrático va tomando cuerpo. En Italia, como en Francia, la izquierda socialdemócrata esta prácticamente desaparecida, y aquí si los socialistas todavía aguantan –con la ayuda de la carambola de errores que hizo la vieja guardia cuando quiso liquidar a Sánchez– es porque el recuerdo de la dictadura todavía pesa, la derecha todavía tiene dificultades de reconocimiento y la extrema derecha hace retornar la memoria de lo peor.

Si en España se está pasando masivamente de hacer política a jugar a hacer política, en Catalunya seguimos encallados en el imaginario de la polarización, convertido ya en statu quo. Es decir, amenazados por una fase de prolongado estancamiento, sin capacidad para moverse en ninguna dirección. ¿Es imposible romper estas inercias?

2. Exhibicionismo. Hay quien pretende que el lío que vive Madrid es consecuencia del conflicto catalán. Todo sirve para atribuirse medallas cuando se trabaja desde una visión orgánica del conocimiento. Tengo la sensación de que viene de bastante más lejos. Es desde la crisis del neoliberalismo en 2008 que los sistemas democráticos occidentales, en diferentes grados, están en el desconcierto, como si de golpe el vacío los habitara. Los esfuerzos para llenarlo fracasan en cadena. Y de momento parece que el pensamiento reaccionario es el que se adapta mejor a la sociedad de la desinformación, mientras la izquierda sigue sin encontrarse en sí misma, perdida en territorio adverso. Aun así, la polarización da espectáculo y alimenta la simplificación cuando nadie es capaz de apuntar hacia dónde vamos.

El exhibicionismo –que ha tenido estos días momentos estelares por parte de dos personas que lo llevan en la sangre, Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias– tiene la virtud de dar pie a todo tipo de teorías de la conspiración que, como explicó Borges, son aliviadores para una especie que necesita encontrar siempre a un culpable de su desdicha. Pero tengo la sensación de que todo ha sido fruto de una cadena de decisiones que se quieren presentar como muy pensadas pero que no creo que tengan más solidez que la pulsión reactiva de gente con egos necesitados de atención (cosa que seguramente forma parte del oficio). Veo contundentes pronósticos sobre el resultado de todo ello. Algunos hablan incluso de elecciones generales anticipadas. Pero me parece razonable esperar a ver las cartas. Porque, a pesar de todo, será la ciudadanía la que las repartirá. Y en unas circunstancias en las que no es fácil prever su reacción. Estamos en el momento decisivo de la pandemia, nos jugamos el futuro de todos y algunos descaradamente se lanzan a salvar su futuro personal. Por mucho que se quiera minimizar, el riesgo es que Vox suba a caballo del PP. I que este se encuentre a gusto: al fin y al cabo Ayuso ya ha dicho que “si te llaman fascista significa que estás en el lado bueno de la historia”.

Josep Ramoneda es filósofo

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