Es sorprendente la facilidad con la que, especialmente en el mundo de la cultura, se presentan obras de todo tipo que pretenden ser rompedoras, que quieren eliminar prejuicios y acabar con los estereotipos o que se jactan de expresarse "sin filtros". Es una pretensión entre ingenua, muy ingenua y arrogante, ridículamente arrogante. Dos vicios imperdonables en cultura porque la ingenuidad demuestra ignorancia y la arrogancia oculta una poca lucidez que lleva al autoengaño o, peor, a la voluntad de engañar a los demás.
De entrada, a cualquier forma de comunicación, si se quiere que sea comprendida, necesita el recurso a formas expresivas inteligibles y, por tanto, que inevitablemente sean culturalmente preexistentes. Ciertamente, se pueden romper unos moldes determinados, pero para ello es necesario utilizar otros moldes que, además de alternativos, se entiendan. Si no, nada se habrá roto. Y claro que se pueden cuestionar unos prejuicios muy arraigados y moralmente nocivos o incluso execrables, pero sólo podrá hacerse desde la perspectiva de otros prejuicios y otros principios morales a partir de los cuales sea posible la crítica a los primeros e, hipotéticamente, su sustitución.
La ilusión de un conocimiento sistemáticamente crítico, sin prejuicios ni estereotipos, es una falacia. Pongamos un ejemplo. No hace mucho escuchaba a una directora de escuela haciendo la defensa imperiosa de una enseñanza crítica. Dicho así, sin embargo, la expresión queda corta porque para ser crítico es necesario partir de una concepción alternativa de lo que se quiere poner en cuestión. Y si la expresión queda corta es porque mantiene en silencio cuál es el ideario ideológico que se ensalzará con esa crítica. Es posible que alguien tenga muy claro lo que quiere criticar —costumbres sociales, instituciones, ideas...— pero que, en cambio, tenga poca conciencia del punto de vista desde el que las cuestiona. Pero poca conciencia no significa que éste a priori no exista. Y es del todo imaginable que la confusión o ignorancia sobre la propia ideología sea transmitida en este estado nebuloso. Sin embargo, entonces -¡oh paradoja!-, si la crítica se hace sin un fundamento explícito, es obvio que el fundamento quedará fuera de toda posibilidad de ser él mismo evaluado críticamente. Que a veces quizás ya es lo que se pretende...
Cogemos esta otra idea: la de la posibilidad de expresarse "sin filtros", que también hemos oído. Todo lenguaje, empezando por la lengua oral, es ya un filtro. Y no creo que deba insistirse en que toda lengua transmite una manera de entender el mundo construida a lo largo de tiempo. Sometida a cambios, claro, pero con estabilidad suficiente para asegurar que podremos entendernos entre generaciones y desde posiciones sociales diversas. Pero si la lengua, que es la institución social sobre la que se construyen todo lo demás, ya es un filtro, imagínense los filtros que añade, pongamos por caso, el uso de un lenguaje televisivo. O de un lenguaje plástico. O uno literario. Incluso la música es un filtro de gran potencia a la hora de ilustrar y transmitir emociones, estados de ánimo... Y también son filtros la gestualidad consciente y la involuntaria, la indumentaria. Y, obviamente, la desnudez también es un filtro. De modo que la pretensión de contar nada "sin filtros" es una tontería que, en el mejor de los casos, delata una estrategia comercial astuta para anunciar un producto simplemente irreverente y sinvergüenza. Y, en el peor de los casos, delata indigencia expresiva y banalidad cultural.
Según mi criterio, la única manera de tener un verdadero pensamiento crítico es haciendo explícito, precisamente, el fundamento y la perspectiva desde los que se hace. Una escuela realmente crítica, por tanto, sería la que haría transparente qué instituciones y qué ideas defiende y con qué razones para poder cuestionar a las demás. Del mismo modo, la superación racional de un prejuicio sólo puede lograrse explicitando las razones que sostienen el prejuicio por el que, inevitablemente, se le querrá sustituir. Si no, el primer prejuicio persistirá porque, si está ahí, es porque con o sin razón ha encontrado más consenso social. Un campo abonado para este debate, actualmente, es el de la inmigración, en el que determinados prejuicios socialmente nocivos sólo podrán ser sustituidos por una nueva mirada —debería decir, por prejuicios positivos— si está avalada por datos sólidos y buenos argumentos, y no sólo por moralismos poco consistentes.
Pretender ser rompedor sin ni haberse planteado qué es lo que se está construyendo alternativamente puede tener el atractivo de la provocación. Sin embargo, si no hay alternativa clara, más allá del malestar que se crea, lo lógico es que la ruptura acabe en la más absoluta inutilidad.