Inversión extranjera: buenas y malas noticias


La inversión extranjera bruta total en Catalunya supone un 16% de todo el Estado, unos 4.900 millones de euros. Mucho, pero mucho, por detrás de la comunidad madrileña. Así lo constatan los datos publicados hace un par de días por el ministerio de Economía. Sin embargo, en este contexto cabe resaltar el trabajo de captación de Acción, que en 2024 captó más de 1.000 millones en inversión extranjera productiva (IED). Este tipo de inversión, la productiva, es la más beneficiosa frente a la de capitales. La inversión productiva se concreta en infraestructuras y puestos de trabajo, que tienen un nivel de compromiso, y un ciclo de vida muy superior a las inversiones financieras, que son más volátiles y se mueven según sopla el viento especulativo.
Buena parte de los proyectos captados por Acció son nuevos, es decir, que comienzan de cero y sin condicionantes previos. Es lo que en terminología inversora se llama greenfield, evocando un campo verde en el que hay espacio para correr. En el lado contrario están los brownfields, que son proyectos que deben cargar con una mochila previa a la que hay que adaptarse y sobre la que construir. Aunque los proyectos greenfield tienen mejor prensa que los brownfields, el mundo está lleno de excepciones, y tenemos algunas muy cerca. El Hard Rock sería un ejemplo de proyecto greenfield: nació ambicioso, seguramente demasiado, con mucho campo para correr; también con exenciones fiscales y otras ventajas públicas negociadas. Pero pronto se convirtió en caballo de batalla político. En cambio, el aprovechamiento de la antigua planta productiva de Nissan ubicada en la Zona Franca por otras empresas para la fabricación de nuevos modelos de coches ha sido más fácil de lo que podía parecer inicialmente.
¿Pero qué nos espera en el futuro? En 2025 ha nacido imprevisible, con un tinte pesimista. Lo positivo es que todavía quedan pendientes de cristalizar una parte de los fondos europeos en proyectos nuevos. Pero lo que preocupa es una tendencia más insidiosa que hace tiempo que se arrastra. Por lo general, las inversiones extranjeras empezaron a perder cierto dinamismo con la crisis financiera; se profundizó con la crisis sanitaria, y se está acelerando por las tensiones geopolíticas que conllevan una mayor fragmentación del mundo. Los países y las empresas se ven con la necesidad de ser cautos en sus inversiones en el extranjero. Es necesario reforzar y proteger ciertas capacidades productivas. Esto puede implicar relocalizar en el mismo territorio algunas actividades o colocarlas en lugares estratégicos más seguros, bien porque son más cercanos geográficamente o porque corresponden a países con intereses afines.
En este sentido, vemos cómo la Unión Europea recupera el concepto de autonomía estratégica, que estos días vemos cómo se extiende a la seguridad, pero podemos encontrar iniciativas políticas equivalentes en todo el mundo. En poco tiempo, se ha pasado de un discurso que defendía los acuerdos multilaterales y la confianza en un mundo globalizado a un mundo cada vez más fragmentado en el que hay que definir de nuevo alianzas.