Después de que las redes se llenaran de reacciones al vídeo de Joel Joan ebrio, el Ayuntamiento de Badalona ha decidido quitar de la cartelera la obra de teatro que el actor tenía previsto representar en la ciudad. Desde el consistorio han aducido una incompatibilidad entre la actitud de Joel Joan en el vídeo y la programación de la pieza; otros han querido ver en esta decisión un castigo de cariz ideológico al actor independentista por parte de la alcaldía del PP.
Creo que ambas hipótesis no son necesariamente incompatibles si se evita abordarlas desde la visceralidad y el simplismo. Me explico: quizás la cancelación de la obra se deba de efectivamente a la conducta de Joel Joan en el vídeo, pero… ¿acaso eso no refleja, al fin y al cabo, una manera de entender el mundo y la política; una determinada percepción de la relación obra-artista; una forma, pues, de ideología?
Asimismo, este episodio nos impone una reflexión inevitablemente compleja: ¿no es posible que desde el Ayuntamiento realmente hayan considerado que la actitud cuestionable de Joel Joan impide programarlo, más allá de la ideología del actor?, ¿tiene derecho, sin embargo, un creador a exhibir una conducta incorrecta sin que esto afecte a la acogida de su obra? Y sobre todo: ¿estamos preparados para criticar sin paliativos toda censura basada en la identificación obra-artista?
Mientras la respuesta a la última pregunta no sea un sí rotundo —mientras nos aferremos a los "según quién y cómo" cuando la censura creativa aceche—, estaremos condenados a convivir eternamente con los síntomas de una carencia colectiva de raíces profundas y peligrosas: la intolerancia a la carta. Por lo tanto, o bien integramos el rechazo generalizado, radical y contundente a las censuras basadas en el comportamiento o las ideas de un artista, o bien los escenarios como este continuarán perpetuándose. Y en estos escenarios no es agradable vivir.