Juan Carlos I vuelve a España, donde finalmente la justicia ha dejado de perseguirle. Ya tiene vía libre, aunque sea por la puerta pequeña, sin pompa ni oficialidad. Manchado pero perdonado. La escenificación será una regata campechana en la periferia gallega: efectista morbo popular. Es decir, ruido de glamour decadente con el que tapar un escándalo que una justicia benévola poco a poco ha ido minimizando. Para los tribunales y para Hacienda, el rey emérito ha pasado a ser comisionista emérito, con las deudas saldadas. No se le pedirán más cuentas. Toro pasado. ¿Explicaciones? Todo apunta a que la demanda del presidente español quedará en el aire como el eco de una pregunta retórica. En marzo la Fiscalía española constató que había habido fraude, pero que no podía perseguirse por la inviolabilidad del rey y la prescripción de los delitos. Con la justicia suiza, donde los acusados eran los testaferros del emérito, había ocurrido lo mismo: se cerró el caso por falta de pruebas concluyentes, pero el fiscal aseguró que hubo irregularidades.
A partir de ahora se trata de jugar la carta mediática de un hombre caduco que ya ha pagado lo suficiente por sus pecados, por sus errores. "No volverá a ocurrir". Casi como si diera lástima. Que pueda morir tranquilo en tierra hispánica. Y de paso se supone que así se limpia definitivamente la imagen de una monarquía que, por si acaso, seguirá siendo inviolable, tal y como el acuerdo explícito PSOE-PP asegura. Punto final. La Corona no se toca. Los dos grandes partidos cierran filas con un final condescendiente para el padre como cortafuegos para el futuro del hijo, Felipe VI. Con la continuidad borbónica no se juega, toca remontar el prestigio y la popularidad de una institución demasiado tocada, un pilar del Estado a apuntalar. Y ciertamente que se ha tambaleado. De Juan Carlos, lo importante fue su rol de monarca democrático durante la Transición: es por eso que debe pasar a la historia; la segunda y larga parte del mandato, marcada por su opaco e ilegal enriquecimiento particular, ¿mejor olvidarla, verdad? No por el bien de la democracia, ni de la justicia, ni de la transparencia, sino por el bien de España, claro. Una peculiar concepción del patriotismo.
Al emérito solo le queda abierta una causa en Reino Unido. Un frente judicial que está lejos de cerrarse y que le ha dejado al borde de juicio por acoso a Corinna Larsen. Peccata minuta. Su exilio dorado ya termina. No ocurre así con otros ciudadanos del Estado, como el rapero mallorquín Valtònyc, que precisamente este martes ha sabido que la justicia belga rechaza extraditarle a España. Una victoria que, sin embargo, no le permitirá ni viajar a ningún otro país europeo, por el peligro de que se curse una nueva petición de extradición, ni mucho menos volver al Estado, donde debería cumplir la condena por enaltecimiento del terrorismo e injurias graves a la Corona. El contraste es clamoroso, un contraste que también se puede aplicar a los exiliados independentistas, implacablemente asediados por una justicia española que sí ha sabido encontrar las rendijas para pasar página con el exmonarca.