Juventudes reaccionarias

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Una iimatge de archivo de la Universidad  Autonoma de Barcelona

¿Quién dice que los jóvenes son por definición progresistas y que su rebelión dispara siempre contra valores conservadores? La izquierda hace el ridículo cuando confunde el acné y el despertar hormonal con la mente abierta y la sensibilidad por la justicia social. Hacemos todos el ridículo, de hecho, cuando creemos que nos nacerán hijos demócratas sólo porque su entorno lo es. Ignoramos una parte muy importante de nuestra cultura (occidental) que es portadora de las ideas más rancias del pasado y que no ha dejado de existir nunca. Como si el tiempo, por sí solo, tuviera que llevarnos a una sociedad más justa e igualitaria y los productos de masas que consume la mayoría fueran del todo inofensivos. Por eso seguimos preguntándonos cómo puede ser lo que dicen las encuestas: que los chicos son cada vez más machistas y las chicas cada vez más feministas. Por fuerza deben serlo ellas, si deben defenderse de esta ofensiva virulenta de alcance mundial. Pero no es sólo el machismo el que domina entre quienes empiezan a caminar hacia la vida adulta, las juventudes reaccionarias se expresan desde distintos ámbitos, algunos de los cuales son pilares fundamentales de la propia democracia.

Uno de los frentes más amenazados en tiempos de masas digitales y polarización es el de las libertades individuales: la libertad de expresión, la de conciencia, opinión y la libertad de cátedra. La amenaza de la censura la tenemos presente si pensamos en la extrema derecha y su persecución a creadores y artistas con ejemplos tan concretos como la prohibición de la perspectiva de género en las instituciones públicas (como ya ha decretado Milei) pero mucho me temo que el fuego también nos llega por el flanco izquierdo.

Un caso reciente que ejemplifica esta deriva es el del acoso que está sufriendo la antropóloga y profesora Silvia Carrasco por parte de unos alumnos que piden su aniquilación académica (la semana pasada le impidieron dar la clase que le tocaba) porque ya la han etiquetado con el pecado más capital de nuestro tiempo: la transfobia. Aunque en la larga trayectoria de investigadora y feminista en Carrasco no se le conozca ni una sola agresión física o verbal a una persona trans, ella ya ha sido juzgada por su defensa de los derechos de los menores y mujeres y condenada a la hoguera. Se ve que ahora afirmar en una clase de antropología que las mujeres parecen es una ofensa gravísima. En su día otra profesora, Juana Gallego, también en la Autónoma, fue víctima de una campaña similar. La actitud de estos alumnos, que dicen ser socialistas, es netamente inquisitorial, casi se diría que han rescatado el pecado de pensamiento contra el que lucharon sus abuelos y pretenden acabar con la reputación y la larga carrera de algunas académicas por actos concretos sino por lo que se podría llegar a desprender de su discurso. Un discurso que niega, entre otras cosas, lo que defienden tantas organizaciones que dicen trabajar por las personas trans: la existencia de cerebros rosas y azules. Es decir, que haya comportamientos y formas de hacer intrínsecamente femeninas o masculinas y que alguien puede nacer con una esencia femenina atrapada en un cuerpo masculino oa la inversa.

La tibieza con la que ha reaccionado la UAB ante estas campañas de acoso contra sus profesoras y la libertad de cátedra es vergonzosa, pero denota un cambio de paradigma. Nosotros íbamos a la universidad a aprender de quienes sabían, estuviéramos o no de acuerdo con sus ideas. Ahora los jóvenes acuden a la universidad a ser reconfortados y agachados como criaturas desvalidas y pretenden ser ellos quienes deciden quién y qué se enseña. Es lo que tiene pasar de ser alumnos a clientes, que quien paga manda. Y lo de la autonomía universitaria dependerá de cómo gire el viento de los matriculados.

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