1. Hace justo una semana, todavía se decía que las elecciones presidenciales de Estados Unidos estarían muy disputadas entre republicanos y demócratas. La realidad de las urnas es que Donald Trump arrasó. A estas alturas estamos hartos de escuchar análisis de todo tipo, cuerdos, apocalípticos o sabelotodos. En mi opinión, todo se resume en un dato. En 2016, Donald Trump logró 63 millones de votos populares. En 2020 obtuvo 74 millones de votos. En 2024 lo han votado 73,5 millones de estadounidenses. Es decir, el apoyo a Trump está ahí mismo. Los delitos no lo penalizan y su campaña basada en la bandera, la valentía en el momento del atentado, el uso de redes sociales y el populismo desvergonzado (la frase corta y sin tapujos, la caña al inmigrante y la promesa de un mundo mejor) le han vuelto a dar la presidencia. Tras tres elecciones seguidas, las cifras demuestran, sobre todo, que su éxito o fracaso depende del papel del contrincante.
2. Y aquí llega un segundo dato tan simple como significativo. Contra Hillary Clinton, Trump ganó. Contra Joe Biden, Trump perdió. Contra Kamala Harris, ha vuelto a ganar. La pauta explica, lisa y llanamente, que el trumpismo contra una mujer gana. Contra otro hombre, pierde. Barack Obama hizo historia siendo el primer presidente negro. En Estados Unidos se resisten, en cambio, bien entrados en el siglo XXI, a tener a una mujer al frente del país. Por el momento. La CNN puso cifras a esta afirmación que podría parecer de poca monta. Los hombres latinoamericanos que en el 2020 habían votado mayoritariamente a favor de Biden, un 23% más que su rival, ahora han votado a favor de Trump, un 12% más que a Harris. Es la clave. ¿Y las mujeres hispanas qué han votado? Si fuera por ellas, habría ganado Kamala, pero también han votado menos al Partido Demócrata de lo hicieron en el 2020 y el 2016. El dato más preocupante para Harris llega en el voto de la juventud del conjunto de todos los estadounidenses: cuanto más joven, más voto republicano. Una tendencia hacia la derecha más derechista que es un aviso para lo que ocurrirá dentro de cuatro años. Claro que entonces Donald Trump ya no será una opción como candidato.
3. Admitiendo que Kamala Harris, mujer y negra, no lo tenía fácil, ¿cuáles han sido sus pecados políticos? Primero, haber sido una vicepresidenta casi invisible en el mandato de Biden. Con un presidente en baja forma y con el mundo lleno de conflictos que miraban de reojo a Estados Unidos, el perfil bajo de Harris no la ha ayudado en nada a la hora de la verdad. Por el contrario, ha sido un lastre. Segundo, la reticencia a irse del terco Biden, que no se rindió hasta el 21 de julio, hizo que Kamala Harris tuviera una carrera demasiado corta hacia la Casa Blanca. Con tres meses de campaña, se ha dedicado más a tapar agujeros que a llevar a cabo una estrategia bien trabada y articulada. No es raro que los estados bisagra se hayan pintado todos de color rojo. Y tercero: no se entiende demasiado que una mujer preparada como ella, una fiscal que no se arruga, con buenas dotes comunicativas, con las grandes cabeceras editoriales del país apoyándola, se mojara tan poco en tantas ocasiones y sobre tantos temas. Al final, por querer quedar bien con demasiada gente y por no ofender a colectivos, ha sido blanda en casi todas las cuestiones. De una ambigüedad calculada –mal calculada–, porque se le ha vuelto en contra. Por poner un solo ejemplo, delicado, no ha contentado ni a los propalestinos ni a los israelíes. En este mundo, cuando no eres carne ni pescado, en unas elecciones tienes poco que ganar y mucho que perder. La noche que, en la entrevista en ABC, le preguntaron a Kamala Harris qué haría diferente a Joe Biden, regaló la victoria a Trump. Podía decir cualquier cosa, menos la que respondió: “No se me ocurre nada”. Qué papelón. Así les ha ido. Perdón, así nos ha ido.