¿A quién le interesa que se hable del sexo de Brigitte Macron?
El intento de difamar a Brigitte Macron acusándola de pertenecer al sexo contrario al que proclama contiene una lección política importante. El caso es tan llamativo y estrambótico que se ha utilizado como un ejemplo de malevolencia gratuita y carencia de escrúpulos a la hora de mentir. Es una lectura pertinente, pero creo que si queremos aprender algo de este episodio es necesario ir a un programa político de fondo que va más allá de la anécdota.
Vivimos en un momento populista. Como he intentado argumentar otras veces, no lo encuentro necesariamente malo. Defino el populismo como la construcción de un nosotros enfrentado a un ellos, una forma de hacer política basada en acentuar un conflicto determinado en vez de pacificarlo. Ni que decir tiene que la política debería resolver las tensiones sociales con transformaciones lo más consensuadas posible. Pero cuando la contradicción es real y la política convencional te dice que todo está bien, que si te quejas es porque eres idiota y que no hay nada que hacer, entonces la lógica del consenso se vuelve imposible. Los ellos y los nosotros existen; la cuestión es si quienes eliges poner en el centro de tu acción salen de un análisis de problemas reales y si tu objetivo es resolver esos problemas o enquistarlos en una guerra permanente. El resentimiento es peligroso y, al mismo tiempo, es una emoción imprescindible para detectar y combatir injusticias que de otra forma nos tragaríamos.
A grandes rasgos, hoy hay dos mensajes que compiten por canalizar las cantidades industriales de resentimiento que flotan en el ambiente: uno dice que los de arriba te roban y el otro dice que se creen mejores que tú. En los últimos años hemos visto a menudo cómo movimientos políticos que han ganado el favor de las clases medias y trabajadoras les decían que les ayudarían a echar a las élites corruptas, pero que, a la hora de la verdad, tienen líderes y cuadros llenos de las mismas élites de siempre y, cuando tocan poder, acaban haciendo políticas muy continuistas con las de aquellos que denuncian. Más que apoderar al pueblo y destronar a élites, el resultado de los políticos que en los últimos años han prometido hacer una revolución, sea izquierdista, sea conservadora, ha sido continuar el juego de las sillas entre élites superfluas. Naturalmente, la única forma de mantener esta contradicción sin que se note es desviar la atención del agravio económico hacia el agravio cultural.
El caso del sexo de Brigitte Macron es un ejemplo de manual de este fenómeno que debemos aprender a detectar y denunciar en estos términos. Pocas cuestiones llaman tanto la atención sobre la grieta cultural como las opiniones y los discursos sobre el género. Acusando a la primera dama de ser una mujer trans, sus enemigos ponen el énfasis en los valores morales del presidente y de su entorno en vez de ponerlos en el programa de desmantelamiento del estado del bienestar y la falta de ideas para enderezar el rumbo del país. Con el debate en estos términos, la llegada de Marine Le Pen al poder podría generar el efecto de un cambio político pese a realizar exactamente las mismas políticas que Macron.
La guerra sobre el género continuará, y es perfectamente legítimo que exista una dialéctica entre posiciones más progresistas y otras más conservadoras que nada tiene que ver con las mentiras y la transfobia abyecta de la persecución de la primera dama francesa. Ahora bien, existe una diferencia muy grande si tu diagnóstico sobre los malestares y problemas más importantes del momento actual es que tienen su origen en las cuestiones culturales o en las económicas. Porque el resultado de dimitir de la política material ha sido dejar el campo abierto para un populismo meramente cultural que puede ganar elecciones de vez en cuando, pero cuando llega al poder no aguanta mucho, y viceversa: una alternancia entre el centro y los extremos que depende de ciclos de excitación y agotamiento sin que ningún consenso sólido acabe de cuajar.
La sensación de desorientación y de péndulo estéril que vemos en todas partes es una buena señal de que quizás la causa de los malestares no tiene su origen en las discrepancias sobre las cuestiones de género que pueda haber entre ciertas élites progresistas y la mayoría de la población, sino en el hecho de que las élites progresistas y las elites progresistas y las elites progresistas. Dicho de otro modo: cuando la desigualdad es un problema real, el populismo cultural sólo puede combatirse con una dosis sana de populismo económico.