Nunca el catalanismo había estado tan desorientado en una cuestión tan central como la lengua y la escuela. Con el TSJC convertido a su doctrina, la victoria (casi póstuma) de Ciutadans es espectacular. Y la profecía de Aznar se está cumpliendo: antes que España se romperá Catalunya. Sí, se está fracturando la unidad civil del país alrededor de su núcleo más delicado y valioso. El consenso histórico peligra. Ha hecho mella la guerra de lenguas que el nacionalismo español busca desde hace años a través de la escuela y que finalmente ha conseguido vehicular por vía judicial. La nueva dirección de JxCat ha dado un paso no sé si suficiente meditado. Se entiende la desazón, pero se hacen extrañas las prisas y las eses. La estabilidad del Govern queda seriamente comprometida. La rotura de la confianza entre socios de coalición en una cuestión tan troncal augura turbulencias graves.
La respuesta unitaria a la demoledora sentencia del 25% era compleja. Entidades como Òmnium han trabajado de lo lindo entre bastidores para salvarla, para evitar la ruptura que finalmente se ha producido. Ya fue difícil obtener una posición conjunta de Som Escola, el ente que agrupa a todos los agentes de la comunidad educativa. Sin duda, la solución de buscar una reforma de la ley de política lingüística no tiene todas las garantías, pero permite ganar tiempo para seguir trabajando en la reconstrucción de un consenso catalanista imprescindible alrededor de la lengua y la escuela. El catalán solo irá adelante si el grueso del país se lo hace suyo, si es percibido como una riqueza compartida, no como un elemento de discordia, de lucha de bloques o partidista. La defensa enconada del catalán solo puede ser sinónimo de defensa enconada de un amplio consenso. Ante la persistente ofensiva del Estado, persistente unidad.
La guerra de facciones, a ver quién es más puro con la lengua, solo puede llevar a la desmovilización, la decepción y la fragmentación. Convertir el celo y el amor por el catalán en una búsqueda de culpables y de tibiezas es un negocio ruinoso. Hay pasiones que matan. La primera víctima podría ser el gobierno independentista, a pesar de que más bien parece que a nadie le interesa romper. Pero la víctima auténtica es la propia lengua. Por suerte, el sentido común prevalece en la calle, donde nunca ha existido el conflicto de lenguas que algunos han perseguido incansablemente. Tampoco en la escuela a pesar del TSJC. Las actitudes intolerantes siempre han sido minoritarias. La gente de este país seguirá conviviendo y hablando diferentes lenguas sin problemas. El problema es que la lengua socialmente débil, el catalán, salga todavía más debilitada por el ambiente enrarecido. El problema es que se profundice en la falsa equivalencia subliminal, azuzada por la caverna mediática y el españolismo venenoso, de que el catalán solo es cosa de independentistas.
El mensaje que el independentismo tendría que trasladar a la opinión pública es que el catalán es cosa de todos, piensen lo que piensen, vengan de donde vengan, tengan la lengua materna que tengan. De aquí la importancia de sumar con socialistas y comunes, es decir, con el conjunto histórico del catalanismo. Y la necesidad de construir un gran bloque social que incluya desde sindicatos hasta entidades sociales, desde empresarios hasta el asociacionismo cultural. La lengua es un patrimonio colectivo y tiene que ser un elemento de cohesión, no de división. Romper con esta voluntad de suma es dar un paso atrás. Solo hay que pensar quién se debe de estar frotando las manos con este nuevo espectáculo de división. ¿Los abanderados de la independencia de la nación no son capaces de hacer un pacto nacional por la lengua y la escuela de amplio espectro?
Cuando las cosas van mal, y ahora para la lengua y la escuela ciertamente es así, es cuando más falta hace una actitud serena, responsable y comprometida. Es cuando hace falta cabeza fría y generosidad. Me parece que algunos todavía no lo han entendido.