

Cuando yo iba a la escuela por las tardes todos corríamos hacia casa a ver el nuevo capítulo de Dragon Ball. Aunque veíamos la serie doblada a ese catalán ultranormativo que nadie hablaba, la animación japonesa emitida por TV3 hizo más por la lengua que toda la política lingüística junta. Hace unos años oí a un rapero que cantaba en castellano y en una de sus canciones decía que no le gustaba el Goku si no era en catalán (para ser exactos el verso era: muela más en catalán, en català ralla). Pero desde entonces el mundo y nuestra sociedad han cambiado mucho, las posibilidades de entretenimiento se han atomizado y multiplicado de forma exponencial.
Culpar la inmigración de todos los males de la situación del catalán es injusto y carga los barquillos sobre los últimos en llegar, los que suficiente trabajo tienen en sacar adelante a sus familias en las condiciones más adversas. Pregunta a los saltenes que se manifestaban el otro día si les sirve de nada hablar el mismo idioma que los mossos que vienen a sacarlos de casa. Pero es que además desplazar todo el debate lingüístico hacia este terreno es totalmente inútil, no soluciona absolutamente nada. ¿Alguien puede creerse que con el traspaso de las competencias en inmigración se acabarán los problemas del catalán? Es creer en soluciones mágicas y milagros, la verdad. A menos que alguien tenga en mente poner a los recién llegados en campos de reeducación para convertirlos en integrados ejemplares, el debate no tiene ningún sentido. Las lenguas y su transmisión son complejas y algunos alocados que ponen el grito en el cielo cada vez que un camarero les trae un café con leche en vez de un café con hielo harían bien en tener en cuenta que las actitudes intransigentes y extremistas tienen efectos contraproducentes. Añoran unos tiempos más puros y limpios en los que los trabajadores de la hostelería debían de recitar a Carner y Riba, tiempos que nunca existieron. Yo entiendo perfectamente el dolor, la pena y la angustia que provoca darte cuenta de que tu lengua va perdiendo terreno, pero no creo que haya soluciones simples y menos en un estado de derecho en el que todas las personas deben tener garantizados sus derechos y no ser señalados como culpables de todos los males.
Es absurdo seguir haciendo las mismas políticas que se diseñaron hace décadas con una realidad que nada tiene que ver con la de entonces. Absurdo y dogmático y poco inteligente. Con el tiempo que lleva en marcha la inmersión lingüística, por ejemplo, ¿no debería someterse a revisión? ¿No deberían medirse los resultados de forma objetiva? Las cifras de fracaso escolar, los bajos niveles de comprensión lectora y la falta de matriculados en filología catalana, por ejemplo, son indicadores de que algo no va bien. El problema es que este tema siempre se aborda desde una rigidez ideológica (que se practica desde posiciones antagónicas) que hace imposible poder valorar de forma razonable sus efectos a largo plazo. Deberían ser investigadores y expertos en educación quienes lo miraran sin apriorismos, de forma independiente y del todo desvinculados de los intereses partidistas.
Con la política lingüística ocurre exactamente lo mismo. ¿Sirve la misma que se pensó hace cuarenta años con un panorama demográfico completamente distinto? Cuando paseo por Barcelona, por ejemplo, ya no es que los carteles sean en castellano, es que son en inglés, algo que no denuncian a los infatigables guardianes de las esencias que se quejan porque no pueden ser servidos en los restaurantes en su propia lengua. Será que la sustitución lingüística guiri nos gusta más.