La ley de amnistía y el ejercicio del perdón

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La excomulgación de Spinoza por parte de los rabinos, un cuadro de Samuel Hirszenberg

“Sed bondadosos y cariñosos unos con otros, y perdónense tal como Dios te ha perdonado”, versa el Nuevo Testamento (Ef 4, 32). Y si tomamos las Sagradas Escrituras como un libro de sabiduría vital, que trasciende su dimensión religiosa, encontraríamos muchas referencias que hablan del necesario, beneficioso y sanador ejercicio del perdón. “Soy yo quien te borra las faltas.[...] no me acordaré de tus pecados” en palabras de Yahvé en el Antiguo Testamento, cuando se narra la acusación del profeta Isaías al pueblo que ha buscado a otros ídolos (Is 43, 25). Para no acudir a lo que cada persona, creyente o no, debería haber pronunciado alguna vez al menos para sí mismo: “Perdona […] como nosotros perdonamos” (Mt 6,12).

No es necesario acudir a las referencias bíblicas o religiosas para entender que saber perdonar, al igual que saber pedir perdón, es uno de los principios esenciales de la vida humana. Al igual que equivocarse y errar. Es un potencial que libera el alma y agranda el espíritu. Además de actuar como antídoto ante todo tipo de adversidades y enemistades.

Pero para creer en el perdón y sobre todo por ejercerlo, se plantean algunas condiciones previas. En primer lugar, haberlo pasado mal. Las experiencias duras de la vida muchas veces requieren de nosotros asumir que, para seguir adelante, debemos reconocer nuestra propia responsabilidad (culpa) y después, por supuesto, poder excusar a los demás, en el ámbito individual o colectivo, personal o social. Y no por candidez o benevolencia, sino por poder continuar. En un país que, como España, sabe qué son las guerras, y además una guerra civil, esto no debería explicarse con palabras. En otro país, cuya historia compartí en la primera parte de mi vida, la antigua Yugoslavia, también se ha comprobado que en las épocas de paz, por muy terrible que haya sido el pasado, llega el momento en que la víctima debe enfrentarse a la mirada del verdugo –y viceversa– para que se produzca el ejercicio del perdón, en ambas direcciones, y la vida pueda seguir. Sobre todo para que exista un futuro mejor, sin los prejuicios, errores y odios que anteriormente habían llevado a actos dolorosos y fatídicos.

Es por todo ello que hay que alucinar que entre los que presiden nuestras instituciones jurídicas, y que deberían protegernos con su sentido de justicia, comprobado (se imagina) por unos méritos conseguidos durante años experiencia y avances curriculares, haya tantos dispuestos a “lanzar la primera piedra”. "El odio aumenta con más odio y puede ser vencido, sin embargo, por el amor", escribió Spinoza. Es verdad que en política la palabra amor está ausente, y casi diría que por suerte. Si la cambiáramos por perdón, que siempre incluye lo de comprender otro punto de vista, por muy ajeno que resulte, se comprendería mejor.

No se trata de ponerse en la piel de Cándido. Nadie dice que estemos a lo mejor de los mundos posibles. Pero lo que nos intentan imponer algunos que tienen potestad de decidir se asemeja más a los métodos de la Inquisición que a los de la legislación democrática. ¿O han olvidado que España es oficialmente un país democrático, en el que la gran mayoría de sus ciudadanos siente vergüenza ante su pasado inquisitorial o fascista? Personalmente, no creo que el nacionalismo de ningún bando sea bueno, y menos cuando intenta imponer su visión y anular el pluralismo político y social. Pero algunos miembros de la Fiscalía y de la judicatura españolas propagan directamente aplicar la dinámica de la jauría humana, en la que unos –que van de impolutos– actúan frente a otros a los que acusan de un mal que no se puede excusar . Y intentan convencernos –también de desbaratadas tramas rusas–, dispuestos a echar a la hoguera a cualquiera que se les cruce por el camino. Merecemos, después de todo, menos griterío y más sensatez. No sé si España, pero sí sus ciudadanos, intuyo que su grandísima mayoría, lo exigimos. Y quienes todavía creen que puede haber ningún progreso sin saber ejercer el perdón, que pongan en su mesilla de noche algunos de los textos del canon literario o filosófico. DelApología de Sócrates, de Platón a Crimen y castigo, de Dostoyevsky, delÉtica de Spinoza a la "banalidad del mal" de Hannah Arendt, por nombrar sólo algunos. Desde la filosofía y la tragedia griega al pensamiento contemporáneo, la enseñanza sobre el poder redentor del perdón nos acompaña y da pistas de cómo, a veces, ni siquiera la vida es posible si no asumimos pasar por el ejercicio inevitable, complejo y esperanzador del perdón.

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