Los límites de los milagros educativos: PISA y Portugal

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Alumnos de una escuela de Barcelona, en una imagen de archivo.

Acaban de hacerse públicos los resultados de las pruebas PISA que se realizaron en marzo de 2022. El bajón ha sido general en toda la OCDE y esta circunstancia habrá que analizarla con mucho detenimiento, entre otros motivos porque hemos hecho salido especialmente malparados. Una explicación consoladora sería atribuir el batacazo a los solos efectos de la pandemia; sin embargo, no creo que sea la única causa. El problema tiene raíces más hondas y ha puesto de relieve las debilidades de los llamados “milagros educativos”, desde el caso finlandés al, como siempre menos conocido, de Portugal.

Recientemente João Costa, ministro de Educación de Portugal, en una entrevista publicada en este diario, ya rechazaba el término milagro para referirse a los avances en educación registrados en Portugal en los últimos 20 años. Hacía bien, porque los datos PISA 2023 son inquietantes también para este país: un descenso de 15 puntos en matemáticas, de 15 puntos también en comprensión lectora y de 7 en ciencias, siempre en relación con el anterior informe, de 2018. S ensancha además, y esto me parece especialmente preocupante porque es el reflejo de una realidad social, la brecha entre los “mejores” estudiantes (7%) y los que no llegan al umbral establecido (30%).

Sin embargo, hay algunos datos incontrovertibles sobre el sistema educativo portugués que hay que recordar: la ampliación de la escolarización hasta los 18 años (con un itinerario de formación profesional incluido y al mismo nivel del humanístico, el científico y el artístico, una cuestión que algún día deberíamos plantearnos aquí en serio porque, entre otras virtudes, ayuda a quitar el estigma de la formación profesional), la disminución en un 40% de la tasa de abandono escolar, la implantación de actividades extraescolares gratuitas y el aumento del porcentaje de matriculación en las universidades.

De hecho, esta mejora tiene unas raíces muy hondas. Durante la década de 1990 Portugal vio claro que priorizar la educación era esencial para la modernización de un país que venía de una larga dictadura, de una terrible guerra colonial y de una revolución mítica, y que, después de algunas convulsiones y trompicones políticos, acababa de entrar en la Unión Europea con las ventajas económicas que ello conllevaba y también con nuevos deberes hacia los ciudadanos. De esta forma la red pública escolar, que acoge al 90% del alumnado, puso en marcha un ambicioso programa de “regeneración”, visible de entrada en la mejora con los fondos europeos de las instalaciones escolares y en el programa de digitalización, aunque habría que repensar sus efectos y su dimensión.

Esta reforma nunca ha estado exenta de polémica. De hecho, nada más conocerse los resultados hechos públicos esta semana algunas voces se han apresurado a decir que estas pruebas las han hecho alumnos educados con el currículo de Nuno Crato (exministro de educación del PSD, un partido de centroderecha ), que priorizaba los contenidos sobre las competencias. Por otra parte, las huelgas del profesorado, que han frecuentado en los últimos dos años han puesto de manifiesto que este colectivo está muy descontento y que ha sido el eslabón débil y más presionado del proceso de reforma. Un profesorado envejecido, cuya media de edad es de 52 años, sometido a mucha presión institucional y social y que todavía arrastra los grandes recortes de salario de la crisis económica de 2012. Entre estos docentes, especialmente los de enseñanza secundaria, se oyen voces que ponen en cuestión los magníficos resultados de Portugal en las pruebas de 2015, que fueron las mejores de su historia. Afirman que se fue menos exigente con los contenidos y con la evaluación para crear un “milagro estadístico” basado en la práctica de entrenar a los alumnos con los modelos de examen de PISA como si se tratara de una competición deportiva . Por otra parte, la gran autonomía de las escuelas, en principio una buena idea, las puso a competir entre ellas por los mejores resultados de un modo un tanto demasiado neoliberal y contribuyó a crear esta desigualdad entre los “mejores” y los “ peores” que se ha puesto de manifiesto en la última edición.

A pesar de estas sombras, sin embargo, y pese al tropiezo de PISA 2022, creo que el éxito educativo portugués es una realidad. Hay avances indudables, como no considerar el domicilio familiar el primer criterio para la escolarización, sino las necesidades sociales o educativas especiales para evitar que algunas escuelas se conviertan en guetos, y, muy especialmente, la ampliación de la educación obligatoria hasta los 18 años, que deberíamos tener en cuenta. En Portugal, tierra de sopas maravillosas, lleva veinte años haciendo chup-chup una reforma educativa que, como mínimo, deberíamos conocer mejor.

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