Para quienes nos dedicamos al estudio del cambio climático, la gran tragedia de Valencia es la crónica de una muerte anunciada. Personalmente, siento un duelo doble, por toda la gente que ha muerto y por nuestra inhabilidad por hacer frente a este creciente problema. No sabíamos que pasaría en Valencia, ni sabíamos cuándo, pero sabíamos que pasaría. El cambio climático hace estos eventos cada vez más probables. Lo de Valencia ya no es un evento de cada 1.000 años. Este lobo ha venido para quedarse e ir a más.
Quienes vemos los datos día a día, hace tiempo que intentamos comunicar que esto es realmente una “emergencia climática”. Pero como a menudo ocurre con los humanos, sólo comprendemos su extensión cuando nos clavamos el batacazo. Yo diría más, sólo comprendemos la magnitud de la tragedia cuando el batacazo nos toca muy de cerca. Hace un año murieron oficialmente más de 5.000 personas en Libia a causa de lluvias torrenciales que destrozaron una presa, y las estimaciones sugieren que fueron muchas más. En 2022, más de 1.700 personas murieron en Pakistán por lluvias torrenciales, y más de 200 personas murieron en Europa también por lluvias torrenciales en 2021. Tal y como predice la ciencia, esto va a más.
Hace unas semanas hablaba en Madrid con diputados del Congreso y sus equipos en una sesión formativa sobre el cambio climático para celebrar la firma del Mandato por el Clima. Después de nuestras explicaciones, alguien del público nos dijo que no hace falta ser alarmistas. Quizá deberíamos haberle dicho la verdad. Que les habíamos ofrecido la versión light de todo, porque las predicciones pueden ser aún más extremas. "Y por qué la versión light?", tal vez se pregunte. Pues precisamente porque las reacciones típicas son exactamente esta, decir que somos unos alarmistas. Y la otra reacción podría ser la parálisis, que tampoco es buena. Quizás los hechos sean más persuasivos que nuestros datos, y empezaremos a creérnoslo.
La razón de estos desastres la sabemos con creces. En gran parte se debe a la quema de enormes cantidades de carbón, gas natural y petróleo. El lobo se va engordando, y es necesario prepararse. Desafortunadamente, las declaraciones de Trump sobre el sector petrolero no son alentadoras cuando asegura: “Tenemos más oro líquido bajo nuestros pies que ningún otro país, incluidos Rusia y Arabia Saudí. Lo utilizaremos”. Pese a la evidencia sobradamente probada de los costes que tiene para la humanidad, Estados Unidos es actualmente el principal productor de gas y petróleo, y sacan pecho.
¿Y cómo lo hacemos, para dejar de engordar a este lobo? Para que el lobo deje de crecer no sólo hay que reducir el uso de petróleo y gas, ¡prácticamente no se debe utilizar! Evidentemente, en Cataluña consumimos sólo una pequeña parte de estos combustibles, pero debemos ser parte de la solución. Y actualmente, a falta de capturas mágicas de carbono, la única solución es dar la vuelta al modelo energético y social. Desafortunadamente, esto también lo haremos a batacazos. Porque, tal y como les explicaba a los diputados, nuestra situación en la Tierra nos hace muy vulnerables al cambio climático. Tendremos una doble presión fiscal, para cambiar el modelo energético y paliar las consecuencias de los impactos, ya sea la reconstrucción de infraestructuras, la desalinización de agua o el incremento del coste de los alimentos. A falta de políticas activas, la sociedad será aún más desigual.
En este contexto, como mínimo, hacemos bien las cosas que están a nuestro alcance. Por ejemplo, empezamos a incentivar la higiene mediática y educativa en este tema. Es indignante que en los medios se permitan discursos en contra de las renovables porque "hacen feo", sin ningún argumentario científico, cuando es una energía imperfecta pero mucho más limpia que el combustible fósil. Es incomprensible que quede modernito en las tertulias de la radio ir en contra de la gente que intenta hacer de la bici o del transporte público su medio de transporte principal (pista: modernito no tiene nada, y sólo hay que mirarse las tendencias en las principales ciudades europeas para confirmarlo). Es denunciable que se destrozaran infraestructuras de carril bici que se han aprobado y financiado con dinero público o que el combustible de aviación siga estando exento de impuestos. Y es inapelable reclamar que las políticas públicas empiecen a creerse que viene el lobo, y que activamente protejan a aquellas personas y sectores más expuestos.
Si no ponemos líneas rojas, no saldremos adelante. Quizás firmemos menos papeles de buenas intenciones y nos ponemos con ganas. Tenemos herramientas para que al menos el lobo no se coma todas las ovejas.