Vivimos un cambio de época. Dos de las principales carreras a nivel global son la inteligencia artificial y la transición ecológica. Cualquier país que quiera estar a la vanguardia debe ser puntero en estos dos ámbitos.
La IA es la nueva revolución industrial: la hiperconectividad, el internet de las cosas, la digitalización y la datificación transforman las sociedades modernas con nuevas formas de vivir. Hay que estar dispuestos a los desarrollos de la IA una vez establecido el marco regulador con la aprobación del reglamento europeo. Es necesario estar atentos a los buenos usos y aplicaciones de la IA para que realmente nos procuren una vida mejor para todos.
El volumen de la dataesfera global ha crecido exponencialmente desde 2010. Internet lo ha cambiado todo. Vivimos el afán de recoger datos, generar información, definir evidencias y conocimiento frente a las incertidumbres y riesgos.
Uno de los elementos esenciales para la digitalización es la fabricación de semiconductores. Sólo Taiwán ya produce más del 60% de semiconductores en el mundo. La UE es consciente de la importancia de ganar terreno en este campo y en 2022 adoptó la ley europea de chips, que ha supuesto, por ejemplo, que se inaugurara en Alemania una fábrica de chips, precisamente, de una firma taiwanesa. Por eso es indispensable que en 2026 entre en funcionamiento la planta de producción de chips en Cataluña que tanto hemos defendido los republicanos, partidarios de un modelo de país industrial.
Vinculado con el anterior, otro reto es la urgencia en la transición energética, con la reducción de emisiones y la adaptación al cambio climático, que es una de las amenazas más severas que sufrimos. Sobre todo si tenemos en cuenta que el procesamiento de datos multiplicará por seis, en cinco años, las necesidades de consumo eléctrico.
Las renovables deben tomar una envergadura colosal si no queremos encontrarnos pronto en situación de colapso, con millones de personas convertidas en refugiadas climáticas y especies que desaparezcan para siempre.
Cataluña, como país mediterráneo, es altamente vulnerable y es necesario avanzar en soberanía energética verde. Si no queremos depender de los intereses de regímenes autocráticos, debemos invertir mucho en energías renovables. Son la forma más eficaz de ganar soberanía, reducir costes climáticos y garantizar un mundo interconectado más pacífico.
Voces autorizadas del pensamiento económico mundial acaban de firmar la declaración de Berlín como contrapunto al caduco consenso de Washington a la hora de definir el papel de los estados en la política industrial, las estrategias para combatir las desigualdades y el cambio climático. Denuncian la falta de respuestas efectivas que derivan en malestar político y populismos que amenazan a la democracia. Reivindican políticas que reconecten con la confianza de la gente y atiendan a los problemas sociales: la prosperidad compartida, el trabajo digno, el control público de intereses estratégicos, el equilibrio entre los mercados y el bien común, y la inversión en la administración pública innovadora y eficaz para generar oportunidades configuran un referente indiscutible para las políticas públicas de progreso.
Cualquier avance será en un contexto de gran complejidad. Durante la campaña de las europeas ya advertíamos del avance de una creciente internacional reaccionaria. Se trata de una alianza global que se coordina política y económicamente con el objetivo final de deteriorar las democracias desde las propias instituciones. Y sí, a menudo financiada por regímenes como el de Putin.
Vemos cómo países occidentales se convierten en democracias iliberales. Son países formalmente democráticos donde merma la tolerancia política y social, con una dudosa separación de poderes y un estado de derecho cada vez más débil. Una parte de España responde a estos parámetros.
Urge crear un contrapeso europeo que blinde los avances en materia de derechos adquiridos durante décadas. Un ejemplo es el cordón sanitario en la extrema derecha que hemos logrado imponer en el Parlamento Europeo.
Cataluña puede y quiere convertirse en una pieza importante de esta lucha por la democracia y la libertad, que también nos jugamos en la economía y la tecnología. Y por eso es necesario realizar un trabajo ingente en el ámbito internacional para tejer aún más alianzas. Queremos liderar una propuesta política global que tenga por objetivo fomentar la coordinación de activistas, sindicatos, movimientos sociales y partidos en defensa de la democracia, la justicia social y la sostenibilidad.
Hay que unir y canalizar estas energías para que la revuelta del bien común llegue a todas partes. Modernizar y hacer sostenibles nuestras economías, garantizar unos sanos ecosistemas y construir unas democracias libres, fuertes y socialmente más justas son objetivos inaplazables. Cataluña debe dar un paso adelante y actuar con visión de estado.