Suciedad en la Plaza Real tras el paso de los aficionados del Manchester United
25/10/2024
3 min

Ahora que los organizadores y políticos ya han opinado sobre la Copa América, está bien que hablen los vecinos.

En la plaza del Duque de Medinaceli de Barcelona, ​​inmortalizada por Almodóvar en una secuencia de Todo sobre mi madre, las cucarachas suben por las fachadas de las casas y se deslizan por los balcones donde hacen los nidos. En la plaza del Duque de Medinaceli, con palmeras y cacatúas, de madrugada las ratas se esconden por los agujeros de las cepas de los plátanos, donde los niños del barrio juegan de día. En la misma plaza, donde de noche se ve la luna y las estrellas, los vagabundos colocados pescan tranquilamente junto a los inodoros públicos, porque no quieren averiguar cómo funcionan o no tienen ánimo para hacerlo. En la misma plaza, que huele a mar porque está a la vuelta de la esquina, el mismo vagabundo –extranjero que sabe que aquí siempre hace bueno y nadie le dirá nada si duerme o mea en plena calle– pasa la mona aterrado a pleno sol ocupando toda la acera mientras la gente debe bajar a la calzada para esquivarlo. En la misma plaza, una de las más bonitas de la ciudad, los contenedores no dan abasto a tragar la basura y, por muy buena voluntad de los responsables de la limpieza, la basura se esparce por el suelo, sean plásticos, cristales rotos , papeles o todo tipo de residuos orgánicos. Y todo se mezcla con el agua de una fuente que está cerca y que aprovechan los homeless para refrescarse y lavar la ropa cuando es necesario. El agua se estanca con la basura y se juntan las cucarachas, las palomas y las cacatúas. Y todos hacen fiesta mayor. Ante este panorama, los vecinos, al no poder llegar al contenedor, tiramos las bolsas haciendo puntería y, si no acertamos el agujero, la bolsa de basura también va al suelo. Durante todo el año los turistas se pasean por esta plaza y se miran el espectáculo estupefactos.

Todo esto ocurre a unos cien metros de donde estas semanas se ha celebrado la Copa América. Paseamos por la zona con buena voluntad y escuchamos los beneficios que se supone que hemos tenido. Intentamos ver alguna regata, pero sólo vimos grandes yates con gente extranjera dentro que rebanaba jamón (seguramente Ibérico) y bebía cava (o quizá champán) frente a nuestros morros. Alarde de la riqueza, como en un stand del Port Vell, donde podías comprar coches de gama alta. Recomendaban alquilar una barca por 500 € y volvimos a casa porque estaba claro que, quien quisiera seguir el evento, lo mejor que podía hacer era mirarlo por televisión o en las grandes pantallas del puerto.

Los que vivimos en Ciutat Vella nos sentimos estafados, como si fuera una tomadura de pelo que hace años que dura. Y esperábamos que después de la pandemia, cuando bajó el número de visitantes y se podía respirar, habría una forma de regular ese tráfico. Pero la avaricia pudo más. Y así nos va. Aquí la expresión mágica es “posicionar Barcelona”, como si esto fuera una liga ya ver quién gana, quién se lleva a más turistas a casa. Y parece que estamos ganando. Y probablemente quienes están más contentos viven lejos de Ciutat Vella y no deben cambiar de mercado porque el suyo –la Boqueria– es un infierno de gente y ya no encontramos las paradas de siempre porque se han cambiado por zumos y empanadas envueltas con un plástico que se supone que luchamos para que desaparezca. Y los alquileres suben, las tiendas de siempre pliegan y nos encontramos más bares y tiendas de souvenirs horteras. Y tampoco podemos pasear porque las riadas de turistas nos lo impiden. Por eso temblamos cada vez que anuncian un gran evento, porque quienes se comen las riadas de turistas somos, básicamente, los vecinos de Ciutat Vella. Si las expectativas eran que la gente tuviera mayor interés por los deportes náuticos, dudo que lo hayan conseguido. Si el objetivo era “posicionar a Barcelona”, probablemente lo han conseguido, pero los vecinos no podemos resistir más. Es interesante la respuesta que dio una señora de Nueva Zelanda cuando le preguntaron por TV3 si no prefería la Copa en su país. Y respondió: "No, el dinero nos hace falta para la educación y la sanidad, mejor que se quede en Barcelona y ya vendremos de visita, que se está muy bien". Sin comentarios.

Eso es –o era– una ciudad que quiere vivir tranquila, con gente que transita y compra normalmente por las calles sin que nadie se mete en la entrada de casa. Barcelona es bastante bonita por sí sola, no le hace falta una regata fantasma, ni una Fórmula 1 en el paseo de Gràcia ni ampliar el aeropuerto para que venga tanta gente que acabamos huyendo, como ya han huido muchos, y la ciudad acabe siendo una especie de Venecia, una ciudad temática para guiris.

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