Llegó para restaurar la Quinta República y ha quedado atrapado en el personaje que él mismo se ha ido construyendo. Siempre un palmo por encima de los demás, en un ejercicio permanente de vestir con lustre nacional republicano unas políticas en línea convencional con el neoliberalismo económico imperante. Su objetivo era restaurar unas instituciones degradadas y devolver el protagonismo de Francia en el mundo. En la práctica, día a día, se ha ido alejando de la realidad: trabajo, vivienda, inflación, inmigración, desconfianza. De cara afuera, siempre ha entrado a contrapié, incomodando a los socios sin conseguir demasiados resultados. Sus visitas a Putin (recuerden la distancia que puso de entrada el presidente ruso: uno en cada punta de una mesa larguísima) acabaron como el rosario de la aurora. Ahora se ha encontrado con la gran humillación: la extrema derecha lo ha doblado en votos en las elecciones europeas. Una vez más, ha optado por una huida hacia delante: unas elecciones en tres semanas que cuesta imaginar que puedan dar una salida razonable.
Macron es el ejemplo de una cierta burbuja supremacista. Sus capacidades son innegables, pero vamos mal cuando llevan a perder el país de vista. En realidad no es tan raro lo que ha pasado. En 2002, Jacques Chirac ganó la segunda vuelta de las elecciones a la presidencia a Jean-Marie Le Pen con el 82% de los votos a su favor. Fue después cuando empezó el desastre. Nicolas Sarkozy entró en escena y puso la presidencia de la República al servicio incondicional de las políticas económicas neoliberales. La Quinta República perdió el oremus. Luego vino Hollande, un paréntesis de irrelevancia. Hasta que llegó Macron a salvar la patria. Y se le ha escapado de las manos: ha vivido a distancia de las preocupaciones ciudadanas, pensando que mientras él marcaba el paso nada se desbordaría. ¿Y qué ha pasado? Que ante la descomposición de la izquierda (que ahora corre a reagruparse tarde y mal), incapaz de leer los nuevos tiempos, quien ha encontrado hueco ha sido la extrema derecha (como en toda Europa), que mete el dedo en los problemas que más inquietan a los ciudadanos, en un tiempo, hay que decirlo todo, en el que las redes han desbordado el sistema de comunicación controlado de la época en la que prensa, radio y televisión eran hegemónicas. Marine Le Pen obtuvo el 29% del voto de 18 a 25 años, con mayoría de hombres. Macron, como si todavía no lo creyera, sigue huyendo hacia adelante. No basta con ser el primero de la clase para gobernar un país.