13/05/2022
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Madrid es un paraíso de igualdad donde se vive en armonía, una suerte de Edén sin serpiente, de Olimpo sin disputas entre los Dioses. Así lo ve Díaz Ayuso, que acaba de decir que en esta comunidad “no se está pendiente de cuánto gana cada uno” y que, por tanto, en la región “no hay clases sociales”. Lo comprobamos una vez más en los bares, esa gran obsesión de la presidenta: “Aquí, no nos importa la clase social de la persona con la que te tomas algo”. 

Madrid, un país igualitario donde quizás no importe cuánto cobra quien se sienta junto a ti en una terraza, aunque habría que preguntarle al camarero cuántas horas de trabajo necesitaría para costearse una copa en esa misma terraza si está situada, por ejemplo, en el barrio de Salamanca. ¿Dos? ¿Tres? Ese camarero, probablemente inmigrante, que quizás habita en Puente de Vallecas o Villaverde y que, por tanto, según las estadísticas, tiene una esperanza de vida de unos tres años menos que si viviese en Retiro o en Pozuelo y pudiese pagarse las copas al precio de las que se toma la presidenta. 

El portavoz del gobierno de la comunidad, Enrique Ossorio, dijo hace poco que él no veía a los pobres de Madrid, al millón y medio que había identificado un informe de Cáritas sobre la capital. El mismo que señalaba que el 22% de la población de la región se encuentra en riesgo de exclusión social. “¿Oye, y por dónde estarán?”, se mofaba Ossorio. Él, como Ayuso, prefiere negar la existencia de las clases porque quiere borrar el conflicto social, ese “invento de la izquierda”. Pero en Madrid, una de las regiones más desiguales de España y de Europa, la desigualdad aumenta cada año desde hace treinta. Es muy difícil negar esa realidad. 

Lejos de la armonía social dibujada por los cargos del PP, la capital muestra dos caras muy diferentes: una ciudad “global”, conectada y boyante, y otra poblada por personas con trabajos precarios, siempre al borde de caer, y casi descolgados de los mecanismos de integración social. El problema es que este último segmento no para de crecer y lo que antes parecía una clase media estable, hoy también camina sobre el alambre. El abismo entre grupos sociales y territorios es muy visible. Basta con bajar del coche oficial y caminar un poco.

Pero es mejor negar la desigualdad si no se va a hacer nada por disminuirla. El modelo de gobierno del PP para Madrid, lejos de utilizar los recursos del Estado para compensar esas diferencias, ya hace veintisiete años que las está ahondando, todos los años que lleva en el poder. Su apuesta es la privatización y la externalización tanto de la sanidad, como de la educación, mientras se recortan todo lo posible los servicios sociales y se reducen los impuestos de las rentas más altas. Su modelo, en definitiva, tiene como prioridad producir una sociedad plenamente adaptada a eso que los neoliberales llaman “mercado”. Es decir, más que una sociedad sin clases, una tabla rasa donde la ficción de la meritocracia solape una realidad social de competencia brutal convertida en barra libre para la explotación.

Nuria Alabao es periodista y antropóloga
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