Los mal contados abusos sexuales en la Iglesia

El cardenal Joan Josep Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española.
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Visto el informe Gabilondo sobre los abusos sexuales en la Iglesia católica española, sé que en modo alguno se puede decir que las víctimas actualmente vivas son 440.000. La cifra publicada se ha inferido malinterpretando los resultados de la encuesta de opinión que sólo ocupa 28 de las 779 páginas del informe. Y que no se puede saber es justo lo que dice el propio informe del Defensor del Pueblo español en la página 36: “Conviene señalar que la Comisión Asesora considera que no ha formado parte de su cometido hacer un cálculo del número de personas afectadas por abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica. Ni siquiera se ha propuesto realizar una aproximación a esa cantidad”. Pero quizá no se había leído entero y el escándalo era demasiado tentador.

Otra dificultad nada despreciable es que el mismo informe dice que no está claro qué hay que entender por “abuso sexual”. En la página 48 se escribe: “Sin embargo, no es posible encontrar una definición unificada y reconocida de abuso sexual infantil, lo que dificulta enormemente la detección de estos casos y las estimaciones estadísticas son un problema, ya de por sí difícil de averiguar y medir”. Y es que, añade: “Bajo este [concepto] se incluye una variedad de tipos y subtipos de conductas sexuales sobre los que no existe unanimidad”.

Pero el caso es que todo esto no fue óbice para encargar una encuesta telefónica de la que sabemos que, de las 113.126 llamadas realizadas, sólo se pudo contactar con 23.991 personas, y que de éstas, sólo 4.802 entrevistas forman parte de la muestra final -un 20%-, que se completó con 3.211 respuestas obtenidas online. Una práctica que pone en cuestión la aleatoriedad de la muestra. Además, sorprendentemente, el informe tampoco publica el cuestionario. Pero con los resultados presentados sí puede decirse que la ambigüedad conceptual no les impidió incluir una tipología de abusos que va del 38,8% que dicen que se produjeron “sin contacto físico” hasta el 14,6% que hablan de "introducción de objetos o alguna parte del cuerpo en su cuerpo, ya sea por vía oral, anal o vaginal". ¡Dios le do!

Sí es especialmente significativo que de las 796 personas que se declaran víctimas de abuso sexual de entre 8.013 respuestas, un 34,1% digan que se ha producido en el ámbito familiar. O que mientras en el ámbito educativo religioso son un 5,9%, en el ámbito educativo no religioso son casi el doble, un 9,6%. Y, aún, un 4,6% en el ámbito estrictamente religioso, donde en 48 casos –un 0,06% del total– los culpables serían un cura o un religioso.

Quiero dejar bien claro que en ningún caso pretendo relativizar la gravedad de los casos de abuso sexual infantil, tampoco en la Iglesia católica. Sólo digo que la cifra publicada es falsa: podría haber muchos más casos, tanto en general como dentro de la propia institución católica. O muchos menos. Pero no se pueden realizar afirmaciones determinantes en una encuesta con un error muestral de un +/- 1,1% de la que, sin ningún rigor estadístico, se hacen inferencias a partir de un 1,135% de las respuestas. Con rigor estadístico, según la encuesta, con una población actual mayor de 18 años de 39,4 millones, las víctimas podrían ir de 7.888 a 878.000. Y no tengo espacio para hablar de los sesgos que se intuyen en las respuestas, entre más, por razones de edad, o de pertenencia o no a la propia Iglesia, o del impacto de la memoria selectiva de quien responde la encuesta , y de la ambigüedad sobre los límites de la definición y de lo que cada uno entiende por abuso sexual.

El problema de verdad de la Iglesia católica en este asunto es su práctica pasada, que consistía –y todavía consiste en algunos casos– en esconder unos hechos conocidos para preservar una dudosa honorabilidad. Ahora bien, desde mi punto de vista, y más grave, el escándalo le viene por el hecho de que la Iglesia lleva la carga de haber defendido una moral sexual severa, por no decir intolerante ya menudo despiadada, generadora de mucho dolor social y personal, que ahora le rebota en la cara cuando se descubre, aunque sea de forma marginal, su hipocresía. Una moral que, esta sí, afectaba a todos sus fieles y que, en cierto sentido, también se convertía en una forma de abuso sexual.

De modo que la cuestión de fondo no es si ahora la Iglesia pide perdón por los casos de abusos, sean los que sean, o por no haber respondido como era necesario cuando era necesario. Su problema es redimirse –parece que es voluntad del papa Francisco– de un mal mucho más general causado por una concepción de la sexualidad que todavía no se sabe quitar de encima y que afecta desde la culpabilización de la contracepción hasta el papel subalterno que otorga a la mujer, pasando por la homosexualidad. ¿Ya sabe, la Conferencia Episcopal, que en las encuestas bien hechas sale al último puesto de confianza, junto a la banca?

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