La mayor lacra de nuestro ejército

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L'exrcit de l'aire fent la bandera d'Espanya

Yo había creído que, después de aquel vergonzoso esperpento del 23-F, el “ruido de sables” había desaparecido de la colección de marchas militares. Pero hay ciertas tradiciones, como el machismo, que se resisten a desaparecer.

Después de dos días de discursos parlamentarios, que terminaron otorgando la confianza de la Cámara, por mayoría absoluta, al presidente en funciones D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, y cuando el presidente se dirigía al Palacio de la Zarzuela para prometer por su conciencia y honor, ante Su Majestad el Rey, cumplir fielmente las obligaciones del cargo de presidente del gobierno y guardar y hacer guardar la Constitución, como norma fundamental del Estado, me llegó la noticia de que en las filas castrenses había cierto revuelo.

A pesar del tono chusco de la incitación de unos militares jubilados a sus compañeros en activo para perpetrar un golpe de estado, a mí estos temas me preocupan seriamente. Con las armas no debe jugarse. Por ello me voy a permitir algunas consideraciones.

No sé la influencia que habrán tenido en estos militares, que juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución, las manifestaciones contra la ley de amnistía de los miembros de otros estamentos que, junto al Ejército, constituían en el franquismo los auténticos pilares del Estado: la Conferencia Episcopal, la primera en pronunciarse aunque la Iglesia sigue predicando el perdón, y esos jueces que estos días se manifestaban cargados de puñetas frente a las Audiencias de varias capitales andaluzas y de la ciudad de Salamanca. A mí me resultó bochornoso el espectáculo porque tenía entendido que los jueces se manifestaban a través de Autos y Sentencias.

Si los representantes de una religión que predica el perdón, no el ojo por ojo, se manifestaban contra una ley que olvida y no castiga ciertas responsabilidades penales, y si los jueces lo hacían ante sus Audiencias, sabiendo que hay un Tribunal Constitucional encargado de velar por la constitucionalidad de las leyes, no resulta tan sorprendente que unos militares que llevan el franquismo todavía inoculado en sus genes recurran a un procedimiento tradicional español: el pronunciamiento, nuestra aportación, junto con la palabra guerrilla, al léxico castrense internacional. Aunque en este caso lo que se demandaba era un auténtico golpe de estado.

Aunque la mayor influencia, sin duda, es la derivada de las palabras gruesas que oímos estos días a la derecha política no solo en tertulias radiofónicas sino en el propio Parlamento, que es la base del argumentario golpista. Denominar dictadura a un régimen democrático, calificar como dictador (y colmar de improperios tabernarios) al jefe del gobierno, y como golpe de estado una elección impecablemente democrática. Y no sólo eso, sino incitar a las turbas franquistas y nacionalcatólicas, entre rosarios y cánticos del Cara al sol, que se manifestaban ante la sede de un partido político, a entrar en ella a saco, pidiendo a la policía que no obedeciera a sus jefes, tiene estas consecuencias.

A muchos de mi generación tanto la expresión golpe de Estado como esta llamada de algunos militares retirados a sus compañeros en activo a perpetrarlo nos enerva, porque nos hace retroceder a épocas pasadas en que nuestro país, más que un Estado europeo, era una dictadura de la peor especie, con rasgos de república bananera.  

Recuerdo que en la segunda asamblea de la Unión Militar Democrática (UMD), en 1974, a pesar de que todos estábamos muy influidos por la ética y estética del 25 de Abril, a ninguno de nosotros se nos ocurrió pensar en un golpe militar. Y recuerdo las palabras de mi buen amigo, Jesús Martín Consuegra, Coronel de Infantería y licenciado en psicología, en uno de los debates: los golpes de estado son la gran lacra de nuestro ejército. Ni siquiera para alcanzar la democracia sería lícito recurrir a él. Lo que decidimos finalmente fue someter a debate una propuesta que todos apoyarían: “Lo que tenemos que hacer es mojar la pólvora de este ejército azul para que triunfe la democracia”.

También recuerdo que a ninguno de nosotros se nos ocurrió presionar de ningún modo cuando por coacciones militares fuimos excluidos de la Amnistía de 1977, a pesar de que aquello significaría una década de expulsión de las fuerzas armadas que sobrellevamos como pudimos. Y no lo hicimos porque comprendimos la negativa de Gutiérrez Mellado. Como él mismo diría años después: “La UMD era entonces todavía un pretexto para los que estaban dispuestos a actuar contra la democracia”.

No sé qué recorrido jurídico tendrá esta incitación al golpe de estado. Quizá ninguno, porque todos los que suscriben están ya jubilados, aunque incitar a cometer un delito creo que es delictivo. De cualquier modo, si lo que les mueve es, como suelen decir, el patriotismo, sorprende enormemente que no se les haya unido algún militar en activo, algún militar con mando que suscriba su manifiesto.

Como ya tengo cierta edad (el año próximo cumpliré los 90) recuerdo muchas algaradas militares que la prensa bautizaría como ruido de sables, pero he de decir que incluso en el franquismo las cosas se hacían con ciertos rasgos de valor. En el Consejo de Guerra de Burgos (1970), contra varios miembros de ETA, numerosos militares, todos en activo, firmaron con sus nombres y apellidos el que se llamaría "El manifiesto de los 100”, exigiendo al gobierno, es decir al dictador, que los procesados cumplieran íntegramente sus condenas. Pese al manifiesto, Franco, con buen sentido en esta ocasión, decidió condonar las penas de muerte.

El valor en el ejército no es algo que deba suponerse a los militares de carrera, sino algo inherente a la profesión. Quizá por eso me encantan películas del corte de Las cuatro plumas, y sobre todo la osadía arrogante de ciertos llaneros solitarios que salpimientan nuestra historia militar. Voy a citar sólo a dos de ellos.

Cuando el general Primo de Rivera protagonizó el golpe de estado de 1923, declarando que se hacía cargo del poder con el apoyo de todo el Ejército, un singular capitán, injustamente olvidado, le envió el siguiente telegrama. “Cuando vuelva a decir que se ha hecho cargo del poder con el apoyo de todo el Ejército haga el favor de decir; con el apoyo de todo el ejército excepto del capitán Martínez Aragón y Carrión”. Por supuesto que fue procesado, pero la condena del tribunal, a pesar de las presiones del dictador, fue irrisoria, aquello era una dictablanda, y el capitán pudo seguir su vida militar.

El segundo tuvo como protagonista un comandante de Estado Mayor, perteneciente a la UMD, José Ramón Monge Ugarte. En una carta al director (1980) decía lo siguiente: "Señor director. Modesta y escuetamente quiero decir, con mi nombre y apellidos. Con mi empleo y destino, que los militares anónimos que en el ABC del pasado sábado, día 30, han sentenciado a los componentes de la desaparecida UMD con un NO a su reincorporación al ejército, no contaron al emitir sus opiniones ni conmigo ni con muchos de mis compañeros y amigos. El Ejército debe cumplir lo que el Parlamento –y el pueblo soberano– diga, porque debe obedecer y cumplimentar el ordenamiento constitucional, y no interpretarlo." Le costaría el ascenso a general, aunque para los miembros de la UMD sigue llevando el fajín.

Ojalá que este incidente chusco sea aprovechado para desterrar de una vez el “ruido de sables”, la mayor amenaza de la democracia. 

Xosé Fortes (Pontevedra, 1934) es coronel de Infantería jubilado. Fue uno de los fundadores de la Unión Militar Democrática.
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