Mazón, Bolsonaro y otros esperpentos
Carlos Mazón y Jair Bolsonaro son dos personajes con pocas cosas en común, pero las que comparten son significativas. Ambos se mueven en el magma difuso del populismo, la extrema derecha y el neofascismo militarizado y militarizante. Ambos han sido gobernantes calamitosos para sus países, dejando un rastro de estafa y ladrón, así como una espantosa cantidad de ciudadanos fallecidos. No hablamos exactamente de ejecuciones, sino de muertes evitables. Muchos de los 229 valencianos que murieron durante la dana del 29 de octubre de 2024 podrían haberse salvado si Mazón hubiera estado en el lugar que le correspondía, cumpliendo y haciendo cumplir los protocolos, en vez de pasar toda la tarde en un reservado de El Ventorro. De forma semejante, muchos de los más de 700.000 brasileños que murieron durante la pandemia de la cóvido habrían podido salvarse también si Bolsonaro hubiera hecho caso de la medicina y la ciencia, en vez de salir por televisión imitando, para burlarse, a los enfermos que se ahogaban. Por su dejadez, por su ineptitud, por su negacionismo, Mazón y Bolsonaro son gobernantes que son responsables de las muertes de los ciudadanos de sus países, lo que les convierte en delincuentes: condenado a una pena de 27 años el brasileño (pero no por su gestión de la pandemia, sino por intento de golpe de estado); en una investigación judicial en curso el valenciano.
Mazón y Bolsonaro son, también, tipos esperpénticos, criaturas del grotesco. Dicha investigación judicial sobre las aventuras de Mazón el día de la tragedia pone a prueba la paciencia de la juez de Catarroja, Nuria Ruiz Tobarra, también conocida como "la juez de la dana", que se ve obligada a reconstruir pieza por pieza el puzzle de desgracia y bajeza que el presidente dimitió (pero ha dejado a la vista de todos: en el mundo judicial, a menudo lo más difícil es reunir las pruebas para demostrar lo obvio. Por eso las noticias sobre la investigación se refieren a cosas como el ticket de parking de la periodista Vilaplana, la factura del almuerzo o las dimensiones exactas del reservado de El Ventorro. Son cuestiones desagradables y mugrientas, como el propio investigado.
Por su parte, mientras nos llega la inquietud del presidente brasileño Lula da Silva (un buen referente para la izquierda) por las maniobras de la marina de EEUU en las aguas del Caribe, y mientras en Venezuela evoluciona una crisis protagonizada por dos mamarrachos como Trump y Maduro, es casi reconfortante saber que Bolsonaro ha vuelto a saber que Bolsonaro que llevaba en cumplimiento de su arresto domiciliario, y que lo hizo con un soldador y se chamuscó las piernas, bajo los efectos de lo que él mismo describió como "una alucinación".
La política, la gestión pública, es asediada (y en muchos lugares, tomada) por personajes aberrantes, retorcidos e indecentes, que muy probablemente habrían podido inspirar a Goya alguno de sus caprichos. Puede parecerlo, pero no es un consuelo.