Europa está en guerra y tardaremos en llegar a un armisticio acordado y equilibrado. Mientras tanto, la política energética queda supeditada a las necesidades de la guerra y no podremos mantener en todos sus detalles las agendas definidas antes de que estallara. Tenemos, sin embargo, una circunstancia favorable: la guerra refuerza el objetivo de París. Las fuentes de energía que nos podemos proponer activar son más verdes que las que ahora vienen de Rusia.
Cuatro observaciones sobre algunos aspectos de las nuevas políticas:
1. La presidenta Von der Leyen se ha sumado a la crítica que el mercado mayorista de electricidad no funciona bien porque depende demasiado del precio del gas. Hablemos. Las economías europeas se han construido bajo un doble principio. En la base hay una economía de mercado. En estas economías, el precio de un bien es un indicador no de su valor intrínseco, sino de su escasez: lo que es escaso –como el oro– será caro y lo que no lo es –como el aire– será barato. Si para generar más electricidad hay que usar una tecnología de gas comparativamente costosa, entonces es este coste el que nos indica el nivel de escasez y el que por lo tanto nos aparece como precio. Es así como se obtiene una asignación eficiente de recursos: quien compra un volumen de electricidad es porque lo valora más que lo que la sociedad se podría ahorrar no produciéndolo. Ahora bien, no hay ninguna razón teórica que nos indique que el resultado del mercado se alineará con el consenso social sobre lo que constituye una buena distribución del bienestar. Es incluso posible que empeore por la acción del mercado. Es por eso que por encima de la base los europeos hemos construido un Estado del bienestar apoyado en una imposición redistributiva potente que busca corregir el reparto del mercado.
2. Hay que tener en cuenta, sin embargo, los efectos dinámicos. Si el precio de mercado aumenta a un nivel que desplaza población hacia la vulnerabilidad, será indicado implementar la corrección fiscal con descuentos dependientes de la renta, pero no universales. Si el aumento es repentino y muy disruptivo para personas y empresas, es razonable intervenir el mercado para suavizar el movimiento de precios y mantenerlos temporalmente por debajo del valor de mercado. Esto llevará a un exceso de demanda y por lo tanto a una combinación de limitaciones al consumo y de producción a un coste superior al precio. Un desequilibrio financiero que, como los posibles descuentos, habrá que financiar con el presupuesto público. Hago constar también que los impuestos en los beneficios extraordinarios en tiempos de guerra han sido una práctica general y es plenamente legítima. Pero me pregunto si no sería mejor exigir que los beneficios se inviertan en renovables y asegurar que no hay ganancias extraordinarias ingresando no impuestos, sino acciones.
3. Desaconsejaría ir a una política de dos precios de la electricidad, según si se origina en renovables y nucleares o en gas. La electricidad es una mercancía homogénea, los electrones son intercambiables. No diré que es imposible diferenciar electrones por las fuentes que los han originado, pero el control sería complejo y susceptible a la manipulación. Los intermediarios soñarán con comprar electricidad de renovables y venderla como de gas. Y los compradores querrán, sin éxito, comprar solo renovables. A las complicaciones que he comentado por el caso de un solo precio por debajo del de mercado ahora se sumarían los incentivos a hacer trampas y a crear mercados paralelos. Mejor evitarlo.
4. La Península está poco conectada energéticamente en Europa, un inconveniente tanto para nosotros como para Europa. Ojalá, pues, dispusiéramos del Midcat. Pero pienso que difícilmente lo podemos considerar un proyecto estratégico. Por la simple razón que, eliminado el fracking, España no produce ni producirá gas. Cierto, con el Midcat ahora podríamos ser intermediarios porque tenemos las licuadoras. Una buena lección para los dirigentes reticentes a apoyar a iniciativas de conectividad europea. Pero, si el gas no ruso acaba teniendo un uso importante en Europa durante un par de décadas más, es probable que el gas licuado llegue a Europa Central principalmente por los puertos atlánticos. Lo que sí que es estratégico para España es explotar su gran potencial para producir y exportar energía de la mejor calidad: eólica y sobre todo solar. Para esta exportación la conexión indispensable es la eléctrica.