La amnistía ha quedado en una situación extraña, en el limbo. El PSOE ha cargado con todo el desgaste de una medida que, aunque necesaria, se ha intentado hacer efectiva a destiempo para construir una mayoría de gobierno más bien inestable y de corto recorrido. Que Junts votara que no en el Congreso, más que paradójico, casi resulta poético. Una exigencia más que forzada que, una vez concedida, se rechaza en nombre de un blindaje de su aplicación considerado insuficiente, al tiempo que se encoloma el papel de la triste figura tanto a los socialistas como a Esquerra. Una coraza imposible, ya que el poder judicial se ha convertido en parte beligerante frente a ese alambicado compromiso político. El tema va por largo; no fue en vano que Aznar dijo aquello de “quien pueda hacer algo, que lo haga”. Toda la maquinaria bloqueadora contra la acción del gobierno se puso en marcha. Si es cierto que el Partido Popular le transmitió a Junts que el pacto por la amnistía sería más sólido con ellos que con el PSOE, porque ellos "controlan el Estado", no habrían hecho más que poner palabras a una evidencia. En realidad, el Estado son ellos o, por lo menos, creen serlo.
Todo parecería indicar que la legislatura será más bien corta, que quienes argumentaban que una mayoría pactada con Puigdemont podía ser de todo menos sólida tenían bastante razón. Cuando termine el ciclo electoral que concluye con las elecciones europeas de junio, esto no habrá quien lo sostenga. Visto desde ahora, todo apunta quizás no al paseo militar de Galicia, pero sí a una victoria clara de la derecha. La amnistía, aunque finalmente se apruebe en Les Corts, continuará tropiezo en el terreno judicial, con renovados tipos delictivos que se harán recaer, con o sin razón, en los líderes del Proceso. Habrá quien especule que, en una nueva legislatura, gane que gane necesitará los indepas catalanes para hacer mayoría y así deberá conceder la amnistía. No está nada claro que esto vaya por ahí. La izquierda, aunque la haya pactado por interés, ha puesto dosis importantes de voluntad y responsabilidad de cara a cerrar el conflicto territorial y recuperar una cierta normalidad política. A la derecha no hay ninguna convicción al respecto. Contra el independentismo vive mejor, al igual que les funcionó, y recuperan cuando conviene, el terrorismo de ETA. Sin embargo, fijémonos que demasiado a menudo derecha e izquierda compran el marco mental del independentismo, planteándolo como un tema bilateral entre el Estado y Cataluña, cuando en realidad éste no es el conflicto real o, al menos, el problema principal. Esto va, sobre todo, de una fractura interna en Cataluña, donde una parte ha pretendido imponer a todos un pensamiento único y una dinámica de ruptura. Las condenas judiciales fruto del Proceso sólo son una parte de los efectos a substanciar. Se ha avanzado en esto. ¿Pero qué se ha hecho para recuperar la cohesión y el encuentro de una sociedad catalana fracturada?
Llevamos más de una larga década en la que una parte del país ha retirado a la otra –que resulta al menos la mitad– la misma condición de la catalanidad. Se le ha insultado, menospreciado, apartado del espacio público imponiendo una música monocorde por tierra, mar y aire. Para recuperar el concepto de comunidad, de espacio compartido, la “Cataluña un solo pueblo”, no basta con perdonar a quienes han practicado la política de la exclusión. Es necesario un diálogo franco en el que todo el mundo acepte la diversidad y la pluralidad de vínculos de identidad. No hace falta que nadie pida perdón, pero hacen falta palabras y gestos que faciliten la reconciliación y quienes han sufrido el castigo del ostracismo social también sean “rehabilitados”, y la manera de hacerlo es reconociéndolos. Y deberían hacerlo, especialmente, aquellos que han sido inductores del rechazo, canalizándolo por medio de sus representantes políticos. El conflicto interno en Cataluña generado por los dirigentes del Proceso y por los que les siguieron debe sustanciarse y superarse. Con indultos y amnistía, una parte se ve liberada de su responsabilidad en todo lo ocurrido. A cambio, ¿qué se le ofrece a la otra parte de la sociedad, la realmente perdedora, para que pueda pasar página? Hay quien confunde las medidas de gracia con debilidad e impunidad. "Volveremos a hacerlo" es todavía la divisa con la que se mueven algunos. Mal síntoma. Se vuelve a hablar de debatir y supongo que aprobar en el Parlament una iniciativa admitida a trámite para declarar la independencia de forma unilateral. Ésta es la agenda y el panorama, que, a estas alturas, ya ofende. Ir dando vueltas a la misma noria. La rodera del pozo está ya muy profundizada. En este contexto confusionario, se echa mucho de menos la mesa catalana de diálogo. Crearla sería un mensaje elocuente. Simbolizaría que existen ganas de superar la década ominosa que hemos vivido. No se vislumbra que sea así. Los acuerdos entre partidos para realizar una investidura y la aprobación de medidas de gracia para obviar el Código Penal no restituyen por sí mismas la confianza dentro de una sociedad. Algunos, ensimismados en sus verdades, todavía están lejos de entender el mal que han provocado.