La metamorfosis de la escuela
Un final de trimestre es un buen momento para hacer un reconocimiento a la enorme capacidad de adaptación, de resiliencia y de respuesta que han tenido los centros educativos y los maestros. También de recordar que el futuro de la escuela y los docentes es el futuro de nuestra sociedad, porque de ella depende nuestra capacidad de vivir en común entre nosotros y en paz con la tierra.
La pandemia ha sido para el mundo de la educación un revelador y un acelerador. Nos ha revelado, en primer lugar, que la escuela es necesaria para que las desigualdades sociales no se hagan más grandes. Si algo hemos aprendido de la pandemia en educación, es cómo son de necesarias las escuelas (físicas) ahora y aquí para cuidar de los niños más vulnerables, para brindar oportunidades inclusivas, crear comunidad y colaborar con las familias en la educación de los hijos, haciendo posible también que padres y madres trabajen. La pandemia ha puesto en valor la educación y el lugar central que ocupa en nuestra sociedad. El futuro pasa por la educación como bien común mundial.
La crisis también ha revelado el protagonismo de los docentes y las direcciones de centro en cualquier proceso de cambio y de adaptación a nuevas necesidades. Es el profesorado quien ha salvado la escuela durante la pandemia, mientras que los gobiernos de todas partes han respondido de manera lenta y confusa, muchas veces poco eficiente, con órdenes y contraórdenes que llegaban a las escuelas por los telediarios o los sindicatos. Son los docentes los que hacían "planes a, planes b, planes c y planes d”, tal como dijo la directora de un instituto de Barcelona en un debate reciente. Y añadía: “La pandemia ha hecho prevalecer la autonomía profesional, hemos tomado las decisiones oportunas desde el contexto de cada centro.” Mientras los gobiernos iban despistados, lentos a la hora de ofrecer los recursos que hacían falta, los centros respondían al día a día tal como se les presentaba. Reinventando la escuela con una enorme creatividad. Michael Fullan tuiteaba hace pocos días: “Entramos en un periodo de transformación importante en educación que se acelerará durante esta década”. Para muchos la pandemia ha hecho trizas el “siempre se ha hecho así.” En muchos centros, la crisis ha hecho que por primera vez los equipos se hayan arriesgado a soñar y a reimaginar la escuela que querían.
La crisis sanitaria ha revelado también que el futuro de la educación y el futuro de la profesión pasan por la colaboración. El tsunami vivido ha acelerado y extendido el apoyo mutuo. La idea de "un maestro, un aula, una asignatura" se ha revelado caduca, y se han acelerado dinámicas de creación de un entorno a cooperación que rompe con el aislamiento de una cultura profesional muy individualista y arraigada, la del cada maestrillo tiene su librillo. Ante la adversidad se ha respondido con más liderazgo pedagógico, responsabilidad compartida, trabajo de equipo, intercambio y aprendizaje entre iguales. Se han acelerado iniciativas como la codocencia o el trabajo por ámbitos en un clima de colaboración. El contexto cambiaba cada semana y había que reinventarse: se ha valorado, pues, el “en esto estamos juntos” como única manera de ser creativos y de salir adelante.
La pandemia, aun así, ha revelado y acelerado amenazas que asedian al mundo de la educación. Entre los cuatro escenarios de futuro que dibuja un reciente informe la OCDE (2020) hay el de la desescolarización como uno muy posible. El futuro se dibuja en base a tres grandes tótems: la digitalización, la inteligencia artificial y el cerebro. Los tres anuncian una visión más privada e individualizada de la educación. La digitalización, tal como hemos visto con el confinamiento, abre la posibilidad de aprender desde casa o desde cualquier lugar; la inteligencia artificial y la neurociencia proponen personalizar el aprendizaje y modificar el cerebro de los alumnos. Se nos abre todo el mundo de las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las de la ciencia cognitiva. Quizás que nos preguntemos qué lugar se reserva a la pedagogía, los maestros, la escuela y el aprendizaje.
El marco es la iniciativa mundial de la Unesco para replantear cómo el conocimiento y el aprendizaje pueden conformar el futuro de la humanidad y el planeta (2019). Un hombre sabio a cita otro. Hablo de Antonio Novoa (2020), que cita Edgard Morin, cuando este último se refería a la posible desintegración del planeta si no es capaz de crear un proceso de metamorfosis: “Lo que es probable es la desintegración. Lo que es improbable pero posible es la metamorfosis". Novoa cita al filósofo francés para decir que el futuro de la educación depende de la metamorfosis de la escuela. Reivindica la figura del maestro y la necesidad de impulsar un cambio profundo en la organización de la escuela, el espacio educativo y el programa de estudios. Nuestra salida tiene que ser la metamorfosis, no la desintegración. ¿Qué motivo nos lleva a tener esperanza? Este: la creatividad del profesorado que ha salvado la escuela durante la pandemia. En medio de agobiantes presiones, tenemos que continuar atentos para que los gobiernos y otras organizaciones no dejen de invertir en la escuela, en los docentes y en un sistema público que puede erosionarse por la desinversión, la privatización y la carencia de apoyo. Decidimos ahora qué futuro queremos. Escuchamos y apoyamos a la directora que en un debate reivindica más reconocimiento de la sociedad: “No somos héroes pero hemos sostenido el sistema en un momento muy difícil”.
Anna Jolonch es doctora en ciencias de la educación.