La crisis de los pellets en Galicia lleva más de un mes y medio en forma de bajo continuo en la actualidad informativa. Le pasan por delante los siempre dinámicos escándalos y estirabots de la clase política, así catalana como española o mundial, pero la crisis está ahí, en forma de insidiosas bolitas de plástico que se esparcen por el litoral atlántico de la Península Ibérica, en un número que va creciendo a medida que se deshacen los sacos que las contienen. Obviamente se trata de una catástrofe ecológica, pero —tal vez porque no da lugar a imágenes espectaculares o dramáticas, como la de las aves marinas ensambladas en el petróleo del Prestige— le dedicamos, entre todos, una atención constante, pero discreta. Como si los desastres medioambientales tuvieran categorías de primera, segunda, etc.
No ayuda nada, hay que decir, la autoridad directamente competente, la Xunta de Galicia, inevitablemente gobernada por el PP. Precisamente Alfonso Rueda (el presidente digitado como sustituto de Feijóo, cuando éste fue reclamado a la finalidad más alta de salvar a España) se encuentra inmerso de lleno en la precampaña de las elecciones gallegas, que se celebran el próximo 18 de febrero, y no está dispuesto a que una crisis ecológica pueda complicarle, ni siquiera un poco, una victoria que las encuestas vuelven a pronosticar como fácil. Ahora bien, fácil pero ajustada: todo lo que no sea la mayoría absoluta le supondría al PP quedar fuera del gobierno, y las encuestas reflejan que puede obtenerla, pero por un margen estrecho. La reunificación de los nacionalistas de izquierdas gallegos, escindidos durante los últimos diez años entre BNG y Anova, es una buena noticia y un movimiento muy interesante, que complica sinceramente la vida al candidato pepero.
Por todo ello, Rueda y su partido no lo han pensado ni un momento y han convertido la marea de pellets en argumento electoral. ¿Cómo? A modo de Ayuso, es decir, tergiversando los hechos, e inventando algunos otros por el camino, a fin de culpabilizar de todo a Pedro Sánchez, por variar. Una vez llegados a este punto, el PP gallego no sólo no tiene ningún interés en solucionar la emergencia creada por los pellets, sino que ya le va bien tenerla allí, para lanzarla por la cabeza del pérfido rival que, además, ha vendido a España a los catalanes ya los terroristas.
El comportamiento del PP en materia medioambiental (desde la política de ladrillo, cemento y asfalto en Baleares hasta los pellets gallegos, pasando por la delirante gestión de Doñana en Andalucía y los exabruptos negacionistas del cambio climático que todavía se les escapan de vez en cuando a algunos dirigentes del partido) es decepcionante y alarmante, en un partido eminentemente creado para gobernar. Pero también lo es la tranquilidad extrema con la que tomamos, cada día, noticias como esta crisis o como las relativas al calentamiento del clima, que produce, entre otros muchos efectos, la sequía que sufrimos y que no da señas de aflojar. Una sequía que nos está dejando sin cultivos, pero que a muchos sólo parece que les empiece a interesar cuando sienten que puede dejarlos sin piscina en verano.