La muerte del portero automático

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La muerte del portero automático

Pobre Jaume Canivell. Ya saben de quién hablo: el empresario catalán de porteros electrónicos que, acompañado de su amante, asistía a una cacería en la finca de Los Tejadillos, del lascivo marqués de Leguineche. El pobre Jaume acababa superado y pagando la fiesta sin conseguir vender su producto innovador al desafortunado ministro de Industria.

Berlanga y Azcona escribieron La escopeta nacional en 1978, pero conserva la afilada actualidad de los clásicos. 44 años después no se puede dejar de ver la película como un retablo de las relaciones entre el poder político del Estado y el esforzado e industrioso empresario periférico.

Parecería una exageración recomendar ver la película en una España democrática y europeísta si no fuera porque la actualidad de la semana deja en evidencia algunos de los tics que España no consigue –y quizás tampoco pretende– depurar.

Los últimos días hemos visto un grupo de militares arrodillados mientras un cura los bendecía en el Valle de los Caídos, al padre del rey haciendo escala en La Zarzuela antes de volver a Abu Dabi y a la ministra de Política Territorial y a la de Transportes tomando por tontos a los ciudadanos de Catalunya independientemente de su ideología.

El hecho, incuestionable y con datos facilitados por el mismo ministerio de Hacienda, es que el Estado no ejecutó ni la mitad de la inversión prevista en Catalunya y Andalucía mientras casi doblaba la inversión prevista en Madrid.

El 2021, Catalunya recibió el 35% de la inversión real territorializada que aparecía en los presupuestos del Estado. Llegaron 739,8 millones de euros, a pesar de que la inversión estimada que preveían los presupuestos generales del Estado era de 2.068 millones de euros. Por lo tanto, lo que habría tenido que ser una inversión per cápita de 270 euros se quedaba en 95 euros per cápita.

La Comunidad de Madrid doblaba las previsiones y si tenía que recibir 1.133 millones, percibía 2.086, un 183,9% del previsto. Según Hacienda, la inversión per cápita se situaba en los 308 euros y casi triplicaba la de Catalunya.

Pues bien, según la portavoz del gobierno español, Isabel Rodríguez, la falta de ejecución de la inversión en Catalunya tiene que ver con los “dos años difíciles” de pandemia, y según la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, “comparar Catalunya con Madrid genera crispación”.

Las relaciones económicas de Catalunya con el Estado son, pues, las habituales. Tan reconocibles como ver a Luis Escobar haciéndose el marqués moribundo al grito de: “Que vengan todos, que venga el servicio que estas cosas les gustan mucho... Que vengan todos que tengo que perdonarlos”.

Exportación o irrelevancia

Si las finanzas públicas catalanas continúan siendo fruto de un infrafinanciación crónica y los acuerdos con el Estado continúan marcados por unas negociaciones difíciles que se incumplen sistemáticamente con una ejecución arbitraria, las élites catalanas tampoco parecen pasar su mejor momento.

Hoy, en nuestro suplemento Emprenem, Àlex Font se hace eco de una investigación del economista Tomas Casas, de la universidad suiza de St. Gallen, sobre la calidad de las élites europeas. La conclusión es que la calidad de las élites, entendidas como las francesas, que se consideran impulsoras de la sociedad y la economía en cualquiera de sus ámbitos, es más bien mediocre en el ámbito español y en Catalunya no tienen “ni capacidad de coordinación ni estrategia”. Por lo tanto, aquellos que tendrían que ser motor del progreso propio y de la comunidad están desatomizados y son poco activos.

Es parecida la conclusión a ls que llega el periodista experto en economía Manel Pérez en su libro La burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida. Pérez sostiene que la desaparición del pujolismo visto como el cemento de una heterogénea masa social y el paso del flirteo inicial a la percepción de traición de Artur Mas por parte de las élites financieras han conducido al debilitamiento de una burguesía que puede acabar convertida en un “simple grupo de presión”. Pérez recoge las advertencias del economista Josep Oliver, uno de los primeros en avisar del proceso de destrucción de la industria catalana entre el 2001 y el 2013 y la “debacle que sobrevendría con la crisis financiera”.

La cuestión hoy es que Catalunya continúa sobreviviendo económicamente al margen de un Estado que no toma decisiones con lógica de impulsar uno de sus principales motores, que está cambiando su modelo económico basándose en los servicios y las exportaciones. El proceso no ha arruinado el país como algunos esperaban, pero nos tenemos que preguntar si tener un estado en contra –o no tenerlo a favor– y el encadenamiento de crisis económicas y sanitarias han hecho perder capacidad de atracción y ambición a la élite económica y empresarial. Una vez más el impulso no llegará desde Madrid y los porteros automáticos se tendrán que vender y negociar en Europa o en Corea.

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