Nuestro Occidente no deja de ser una sociedad milenarista y, por tanto, cargada de miedos. El siglo XXI empezó con los atentados del 11-S, después de los cuales no han dejado de encadenarse los sustos globales: guerras, crisis económicas, pandemia, más guerra. Encadenamos zozobras. Las imágenes del horror son más agresivas y frecuentes.
Los discursos del miedo están a la orden del día, hasta el punto de que la idea del fin del mundo (llegado de la mano de unos supuestos poderes ocultos de los que no conocemos el rostro, etc.) se convierte en una forma de tentación populista. A escala más cercana, el fin del mundo se convierte en fines de mundos más cercanos: el descalabro de España, la extinción de los catalanes (y, por supuesto, del catalán), la muerte de un barrio o de un pueblo, etc. Todo el que quiere encuentra señales de la inminencia del fin de las cosas a su alrededor. Mantener la cabeza fría en medio del alboroto que crea la gente asustada no es fácil, pero es imprescindible.
Si seguimos bajando la escalera de los miedos, encontramos finalmente a los que ven peligrar un mundo tan pequeño que tan solo está vivo en su cabeza. Añoran un tiempo mejor que en realidad no existió nunca, y algunos, que son jóvenes, ni siquiera añoran esto, sino que creen que lo añoran porque alguien se lo ha hecho entender así. Estos se sienten amenazados básicamente por unos tipos muy concretos de enemigos imaginarios: los inmigrantes y las mujeres. Esto no significa que no puedan añadir más contrarios a la lista, como el colectivo LGBTIQ, los ecologistas o los hablantes de catalán. Esencialmente, personas que ellos consideran inferiores y que tienen la percepción de que se sublevan, o quieren sublevarse, contra el orden establecido (el patriarcado, la hegemonía blanca, o simplemente el cuñadismo de barra y sobremesa) e ir contra ellos. En cualquier caso, mujeres e inmigrantes encabezan los rankings de sus miedos, y sus miedos son sus odios.
Son patéticos, pero en modo alguno son inofensivos. El asesino que mató a dos mujeres que eran exparejas suyas en Rubí y Castellbisbal antes de suicidarse, y que además era un alto mando policial jubilado, es un ejemplo de este tipo de personajes, que además de la repulsión interminable de la violencia de género y los feminicidios, nos recuerda brutalmente la necesidad de pensar en una cuestión importante: qué tipo de personajes llegamos a tener en los cuerpos policiales. También forman parte de este entorno de miedo y odio los energúmenos que reclamaban, en las redes, linchamientos y pena de muerte contra inmigrantes como respuesta al asesinato de un niño en un pueblo de Toledo, y el propio asesino de este niño, un joven de veinte años “que mató al niño sin saber qué hacía”. Algunos salen automáticamente a echar la culpa al buenismo y a las izquierdas, que por lo que se ve fomentan el machismo y el racismo “porque no saben darle respuesta”, una cancioncilla que ya se ha convertido en cotidiana. Esperamos ansiosos las propuestas del malismo y de la derecha. Ojo con que no se parezcan, poco o muy disimuladas, a las actitudes de los propagadores de miedos y odios.