El mundo no se detendrá nunca, ni por ti

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La app de WhatsApp.

“¿Te has mirado el menú de mi fiesta? ¿Me puedes decir, por favor, si tiene alguna intolerancia? ¡Gracias!”, escribe la amiga que hace cincuenta años. Y al cabo de un rato: “Entiendo, porque no contestas, que vendrás y que no tienes intolerancia alguna. Ruego, por favor, que digas si vas a cumplir el dress-code. Mil gracias. Todo es muy complicado e intentamos hacerlo lo mejor que sabemos”. La mujer mira el teléfono abrumada. Una amiga le acaba de decir que está muy enferma, que no saldrá adelante, y ¿qué le cuentan del dress code? Han llorado por teléfono, porque han hablado por teléfono: las rupturas por whatsapp, pero las malas noticias, las malas noticias de verdad, por teléfono. Se ceba en la ridiculez de la amiga ofendida. Le provoca placer, un placer físico, en la nuca.

En casa, lo cuenta. No podría contarlo a la hora de cenar, porque todo el mundo cena por su cuenta. Escribe un whatsapp en el chat de la familia. “Marga, ¿sabéis? Mi Marga debe morir”.

La abuela pregunta de qué, y, rápidamente, explica casos propios. Amigas, amigos muertos... Le encanta. El hombre dice que es ley de vida y enseguida se queja del pan duro del horno y de una mala serie. El hijo hace “Bueno, mamá, que tampoco la conocías tanto...”, para pedirle que acabe con la pena y puedan seguir como siempre.

Nada se detiene, todo continúa. Si ella se muestra triste por la amiga se reirán. ¿Cuánto tardarán las bromas de siempre? ¿Cuántos minutos? Ella quisiera entender el mundo, quisiera pensar que si una amiga desaparece para siempre, será pulso, eso hará que todos los demás, los que se queden, se dejen de pavor y prefieran la vida, por contraste, pero no. Siguen disfrutando del placer salvaje de la mezquindad.

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