Georges Didi-Huberman.
08/05/2025
3 min

A medida que el mundo y su evolución se van haciendo más incomprensibles, inciertos y problemáticos, nos encontramos más desamparados y buscamos en los aspectos emocionales lo que no encontramos en el análisis racional de lo que nos rodea. Muchas veces se produce un desajuste entre lo que nos ocurre a cada uno y cómo valoramos lo que nos rodea. La típica pregunta que hacemos cuando encontramos a alguien que no vemos a menudo es "¿cómo estás?". Y cada vez hay más gente que dice "bueno, si no entramos en detalles". Todo va muy rápido y todo se va complicando. Nunca tantas cosas e instrumentos a disposición, nunca tanta sensación de que no llegas a nada, que todo es huidizo e insospechadamente frágil. En momentos como éstos las emociones están a flor de piel. Si te sientes comprendido y estás en un entorno de confianza, puedes aflorar aquellas expresiones emocionales más empáticas. Y la emoción de estar con gente que te entiende y con la que compartes te hace sentir bien. Pero estos espacios y estos momentos son complicados de encontrar en la aceleración y la desazón cotidiana que lo desquicia todo.

La política cada vez juega más con las emociones, pero ya no desde la perspectiva de generar compañerismo entre los que piensan parecido, sino utilizando las emociones como el odio o la ira para reunirse en negativo. Y una política sin vínculos emocionales positivos, sin vínculos de relato y de futuro compartido, es una política pesada y áspera. Hace ochenta años de final de la Segunda Guerra Mundial. Y entonces, cuando parecían superadas definitivamente las opciones que propiciaron los grandes conflictos en el odio y el desprecio, en el poder sin piedad de quienes se creían más fuertes, en Europa se construyó un consenso centrado en el reconocimiento de la diversidad, la importancia de la equidad y la voluntad de inclusión. Justamente los tres puntos que hoy se han convertido en aquello en eliminar radicalmente desde posiciones que precisamente recuperan las emociones más negativas para construir su mensaje individualista e insolidario.

En las encuestas que se van haciendo en varios lugares del mundo se percibe un resentimiento de los que se sienten decepcionados por la falta de realización de las expectativas que habían ido acumulando, alimentadas por una publicidad que hace creer que todo está al alcance. Parece bastante claro que el cambio de época que atravesamos de manera acelerada genera miedos y inquietudes que pueden encontrar refugio fácil en propuestas políticas muy volátiles, poco fundamentadas, pero con capacidad de establecer vínculos emocionales entre quienes se sienten menospreciados y nada escuchados. La realidad y el funcionamiento de las democracias avanzadas son cada vez más enrevesadas. Unos conectan sin amortiguadores con esos miedos e incertidumbres, y otros están obligados a los matices y al consenso.

Acaba de inaugurarse una magnífica exposición en el CCCB, coproducida con el Museo Reina Sofía de Madrid, titulada En el aire conmovido, andamio sobre la obra del filósofo y especialista en imagen Georges Didi-Huberman y que también contará con la colaboración de la Filmoteca de Catalunya. La muestra es todo un canto a las emociones entendidas no como pura expresión individual e introspectiva, sino sobre todo como los vínculos que nos acercan a los demás. Una muestra llena de imágenes tanto pictóricas como audiovisuales, que desean acercarnos desde la creación al espíritu del tiempo que nos ha tocado vivir. Haciéndolo a partir de un poema de Federico García Lorca en el que se basa el mismo título de la exposición. Buscando, precisamente, estos momentos de duende, difíciles de racionalizar, en los que nos sentimos humanos y solidarios más allá de los tiempos difíciles que nos han tocado vivir. La muestra y todo lo que le acompaña busca conmovernos, en tiempos desquiciados que generan desgarros entre nosotros y entre nosotros y el mundo.

La esperanza y el miedo son fundamentales para reducir o ampliar las divisiones políticas. Mientras el miedo afianza la polarización amplificando las amenazas y la alteridad, la esperanza ofrece un camino para mitigar las divisiones mediante aspiraciones compartidas y acciones colaborativas. Abordar la polarización requiere estrategias que reduzcan las narrativas basadas en el miedo y cultiven la esperanza mediante la empatía, el diálogo y el reconocimiento de valores compartidos.

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