

Al frente de la administración Trump, el magnate Elon Musk lidera un llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, en sus siglas en inglés) que es el ariete del movimiento MAGA para desmantelar los contrapoderes que les molestan. El propósito de Trump y Musk es convertir su mayoría simultánea en el Congreso y en el Tribunal Supremo en un poder absoluto que puedan ejercer sin freno ni control. Esta semana el presidente ha ampliado los poderes y manos libres de Musk para hacer y deshacer como le plazca mediante –como casi todo lo que hace Trump– una orden gubernamental. Trump la firmó el martes –como podeis leer en la crónica de Antònia Crespí Ferrer en este diario– en el Despacho Oval, repitiendo su ritual diario de las rúbricas que después exhibe ante las cámaras, como si fueran trofeos, y lo hizo en presencia del propio Musk y de un hijo suyo de cuatro años que llevaba en hombros, junto a una de las inevitables y espantosas gorras que suele llevar el amo de la red rebautizada por él como X. (Recordemos que cuando Musk forzó la compra de Twitter, muchos se burlaron pensando que se trataba del capricho o la excentricidad de un billonario ocioso: ahora todo el mundo puede ver que se trataba de una maniobra estratégica.)
El DOGE de Elon Musk se dedica principalmente a llevar adelante una purga entre los trabajadores federales (los "burócratas", como él dice), acusándolos de corrupción, malversación y dispendio masivo de recursos públicos. De todo esto Musk no ha aportado ni una sola prueba, más allá de una verborrea difamatoria que difunde principalmente con sus propias declaraciones y con una intensa actividad propagandística en la red X, de donde después salta en forma de "noticias" a los medios afines a los republicanos de todo el mundo. La derecha global ha entendido perfectamente la jugada y cierra filas (políticas, mediáticas, empresariales, financieras) en torno al nuevo orden prometido y representado por los magnates que han desembarcado en la Casa Blanca, con las gorras, los hijos, las firmas y todo lo que convenga. Si Musk dice que la función pública está llena de burócratas corrompidos que hay que expulsar, se reproduce tal cual y se acabó.
Lo mismo con los jueces y fiscales que denuncian la ilegalidad de muchas de las actuaciones de Musk y su DOGE: estos jueces y fiscales, según el fabricante de los coches Tesla y su buen amigo Donald, también son corruptos y vendidos, y deben ser depurados. El resumen es un profundo desprestigio de las instituciones, instigado desde la cúspide del sistema político e institucional estadounidense. Con esto, Trump y Musk ofrecen a sus seguidores de todo el mundo otra pauta a seguir, que ya era característica de los fascismos del siglo pasado: si la democracia te molesta, difámala, degradala y finalmente, cuando ya no le importe a nadie, destrúyela. La mayoría de la gente, piensan ellos, no notará mucha diferencia. Sería terrorífico tener que pensar que puedan no estar tan desencaminados.