Antes de la pasarela Barcelona Fashion Week (dile 080, o Aguacate Week, pero ya nunca más Gaudí) ya se hizo la pasarela 1714. Felipe V, que era un cool hunter, prohibió al Consell de Cent (vaya, el Ayuntamiento de Barcelona) llevar su vestido de consejeros. La moda, por decreto sangre-ley, fue llevar un trajo español. Ese estilo es todavía tendencia.
Costó poco que todo el mundo fuera a la última por todos los rincones de la ciudad. En 1756, por poner un ejemplo del nuevo mal gusto, de los 800 genéticos propietarios del barrio de la Ribera, que ya no podían desfilar por su casa, unos 100, los que quedaban vivos y nudos, tenían pleitos con el Ayuntamiento para que los pagara lo que les bombardeó, robar, tomar Felipe V y es hoy “propiedad de todos los barceloneses” (el nacional-haga-lo-que-haga-falta español). Hilo a hilo, vestido a vestido, armario a armario, casa en casa, todo esto recogía a un tipo como Salvador Sanpere Miquel sobre el cambio de muda de Barcelona y Cataluña con la Guerra de Sustitución. Barbudo, corto de vista y con cojera de memoria lo escribe en la olla sobresaliendo Fin de la nación catalana, en 1905, dos siglos después de 1714. ¿Por qué?
La pregunta la hice de pequeño. Íbamos a bañarnos en el río. Y cuando pasábamos por la iglesia miraba la iglesia de San Bartolomé del Tossal (s. XI). Sin campanas. ¿Desde cuándo? Desde la Guerra. Las robaron los de fuera para munición. Silencio. Mute desde 1936 hasta la fecha. Y no ocurre nada. En Cataluña la memoria se mueve entre las SS: Sustitución y Silencio. Tú (no) puedes elegir. Pastilla roja o azul. Tomamos la primera. Pronto el Servicio de Salud de Que Sea pagará las lobotomías a todos los catalanes. Nos forman la cabeza al nacer, crecer, morir. Nos resetean, hackean la memoria. El software no es original. Nos introducen lo que no somos y choca con el hardware de lo que somos. La cabeza va por un lado, las piernas por otro. Somos el pollo decapitado: sólo existe la conexión de un wifi hilo de sangre. ¿Tiene más hambre?
Segunda pastilla. Lo que tú tienes, lo que tú ves, lo que tú sientes: no puedes decir nada. Pero te diremos que no es tu familia, no es tu paisaje, no son tus papeles. No y no. Pero sobre todo se calla. Cinta aislante en boca como bufanda de moda. Calla, porque no sirve nada. Yo te diré a ti quien eres. Tú, y tus muertes y tu pueblo y tu montaña. Somos Charlots de cine mudo que no hacen reír en nuestra casa. Criaturas aceleradas que no pueden salir de una escena repetitiva, eterna, donde siempre ocurre lo mismo. Esto también lo pagará la Nueva Seguridad Social de la Memoria de la Pacificación Común. Y ahora el postre.
Se ve que, por votación, por democracia, y por todos los orificios, el Ayuntamiento de Vilanova y la Geltrú retirará el nombre de la plaza 1 de Octubre. No será lo primero. Todo en aras de: no ha pasado. No le han pegado. No ha habido sangre. No puede hacer nada. Yo, sí; tú, no. En el cuadrado, en el cubo. Así es nuestra vida, nuestra muerte. Pero en 1905 Sanpere se equivocaba titulando su libro Fin de la nación catalana. Faltaba el interrogante: ¿Fin de la nación catalana? Él escribe: “Pero, ¿qué murió el 16 de enero de 1716 (Decreto de Nueva Planta)? Pues sencillamente un estado, una forma de ser político de un pueblo catalán, y decimos del pueblo catalán porque un pueblo vive mientras su lengua vive [...]. Lo que murió sólo es un estado, una organización política, no un pueblo...” Éste es el botín final. Y éste es el tesoro inicial. Porque la memoria es lo que queda entre el recuerdo y el olvido. La suma y la resta. Lo que queda es que la lengua es el fin de la nación, o la lengua es el inicio del estado.