Una nación de inmigrantes

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Silvia Orriols, en el mitin de Barcelona

Los mensajes que oigo de Aliança Catalana me parecen de la peor especie política y humana, la del miedo y el odio que significa el señalamiento de un culpable para todos nuestros males, y que este sea el eslabón más débil de la cadena social. Qué fácil, qué indecente y qué peligroso. Aparte de lo que tiene de negación de un fenómeno inevitable a nivel mundial como es la inmigración, constituye un olvido aún más grave, que es que Catalunya es una nación de inmigrantes (aquí tienen a un descendiente). Si los inmigrantes están aquí es porque identifican, y no se equivocan, que aquí encontrarán un futuro para ellos y sus hijos. No creo que haya mejor elogio para un país y la confianza que es capaz de despertar. Otra cosa es la falta de competencias, el exceso de incompetencias propias, el choque cultural o la falta de reglas lingüísticas de obligado cumplimiento, pero me niego a aceptar que la única respuesta que podemos dar es el racismo y la xenofobia.

Veo por las redes a Jordi Graupera megáfono en mano contra los molinos de viento, luchándolo todo, desde las firmas para poder presentar la candidatura de Alhora hasta cada euro para poder hacer campaña, tratando de ganar el argumento en la plaza pública para acabar ganando el voto en las urnas. Muy yanqui, ir a fondo con lo que uno cree y, si es necesario, fabricar con sus propias manos la opción que considera que no existe. La suya llega después de haber realizado una auditoría tan descarnada de la realidad y de presentarla tan libre de todos los edulcorantes del Procés que más bien parece una propuesta de sangre, sudor y lágrimas básicamente dirigida a los desengañados.

No hemos votado todavía, y ya estamos calculando las dificultades que habrá para formar gobierno. No hagan mucho caso y vayan a votar.

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