Santos Cerdán a la salida de su domicilio
27/06/2025
3 min

Por lo que se ve, el caso Ábalos/Cerdán/Koldo va camino de tener más episodios que Nizaga de poder. Cada día aparecen más evidencias o se producen declaraciones en sede judicial en las que, por cierto, los investigados no reconocen ni siquiera su voz, ya se sabe. infraestructuras ferroviarias o carreteras a tres grandes empresas que resultaban recurrentemente beneficiarias.

Hablo de frustración porque, en mi opinión, tan o más relevante que el ladronico es que se haya extendido aún más una especie de fatalismo ético, de sensación irremisible de que no hay un palmo de limpio. Así lo ponen de relieve hace tiempo las encuestas, que identifican sorprendentemente a los políticos como el colectivo peor valorado y la política como uno de los principales problemas sociales, por delante de la seguridad ciudadana o del paro. En las casas, en la calle y en los medios de comunicación y las redes abundan las referencias a la política en tono peyorativo o receloso, como algo vinculado inexorablemente al expolio de recursos públicos, el engaño, el favoritismo o la manipulación generalizada. Malos tiempos para la política. Que, no hace tantos años, generaba un respeto casi reverencial después de tantas décadas de regímenes autocráticos.

Ante esto debemos reconocer que a algunos no nos queda ni ánimo para defender la política como la única herramienta que tiene la gente normal para transformar la sociedad. Cuesta hacer una defensa cerrada, o ir repitiendo como un mantra lo que vivimos inmersos en un proceso de "empobrecimiento democrático", un eufemismo que seguramente se dice con cierta vergüenza, y que da, también, vergüenza a los oídos de la gente que se ha formado la opinión de que vivimos inmersos en un auténtico fangar, es el arte de servir el interés particular, de adular a los poderosos, de extorsionar a los que no lo son tanto.

Pero es necesario hacer un esfuerzo en este sentido. Ciertamente, algunos políticos han puesto de manifiesto una pérdida pavorosa de valores e ideales, si es que nunca los han tenido. Pero lo que golpea el ánimo de la ciudadanía y provoca el desapego político y el ascenso de las opciones populistas y de la ultraderecha es la estigmatización generalizada, injusta. Soy consciente de que el terreno está abonado para la desconfianza. A diferencia de los años ochenta ("los años de la corrupción") o de los "felices años noventa", la etapa de la exuberancia irracional, de la burbuja inmobiliaria y de la avidez de varios banqueros que nos costaron cantidades astronómicas, ahora el problema es que, pese al crecimiento en términos. Y esto actúa como catalizador del malestar social, sublimando el cabreo colectivo y aflorando las ideologías que en otro tiempo eran fáciles de impugnar y que ahora concitan grandes adhesiones.

Pero insisto: no se puede echar la toalla. La principal lección que podemos extraer de la observación de la realidad es que existen al menos tres causas que intervienen siempre en la corrupción y su extensión: la primera, la pérdida de ética, y en particular la de servicio público; la segunda, que todavía hay demasiado dinero de por medio hoy en día, aunque se hayan extremado los controles hasta el paroxismo; y la tercera, que el coste de la política se ha vuelto excesivo, oneroso, como demuestra la auténtica borrachera propagandística en la que se han convertido las campañas electorales o los actos multitudinarios de fin de semana para salir al TN. Y claro, a medida que se debilita a la ética, las tentaciones aumentan. Las oportunidades de cohecho y extorsión son casi infinitas.

No quiero decir con esto que pueda eliminarse la corrupción de forma absoluta. Ya aparece en el Código de Hammurabi o en el infierno de la Divina Comedia.Diría que la imperfección de la moralidad pública es consustancial a la misma condición humana. favorezcan a las pymes... En fin. Celebramos al menos que toda esa inmundicia vaya aflorando.

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