No hemos podido ni sabido esquivar la cuarta oleada

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Una enfermera atendiendo un enfermo a la UCI del Hospital Clínico de Barcelona.

La cuarta oleada ya está aquí. Era esperable desde el momento en que se sabía que la variante británica ya era la mayoritaria en Catalunya y en la mayoría de Europa. Hasta ahora parecía que nos habíamos salvado de su virulencia –más contagios, más rápidos y en algunos casos más graves–, pero era un espejismo. Los hospitales y el personal sanitario de primera línea se preparan ahora para unas semanas duras en las que se espera una subida considerable del número de contagios y de los ingresos hospitalarios. Estas cifras no se ven todavía en los indicadores actuales, que parecen mucho mejores que hace semanas pero que van con retraso respecto a una realidad en la que los especialistas ya detectan el ascenso meteórico, a niveles de la primera oleada, que provoca la nueva variante. De hecho, empezamos esta cuarta oleada con las UCI llenas, rozando los 500 ingresados y con un aumento del 19% en solo diez días, y con una alta concentración de camas en planta ocupados por casos de covid.

Todo esto pasa en un momento en el que todavía no están vacunados los grupos de edad con mayor riesgo de hospitalización. Las personas de entre 55 y 70 años son las que más ingresan en las UCI, pero tan solo ahora se ha empezado a vacunarlos, y la escasez de dosis y la sobreactuación y la desorientación política europea en relación a la vacuna de AstraZeneca dificultan el proceso.

Es frustrante que nos volvamos a encontrar en esta situación, porque se repite la historia que ya vivimos en verano y por Navidad. Cuanta más interacción social, más contagios, y cuantos más contagios, más presión hospitalaria, que finalmente solo se puede controlar con más restricciones. Estas nuevas medidas agravan la crisis económica que se había intentado aliviar levantando las restricciones, lo cual ha facilitado que haya más interacción social. Al contrario de lo que había hecho medio Europa, se abrió el confinamiento comarcal justo antes de Semana Santa, en gran parte para dar aire al sector turístico y de la restauración, y parecía ya evidente entonces que esto acabaría en un nuevo cierre y con esta cuarta oleada. Hasta ahora no ha habido, parece, suficiente valentía para resistir las presiones de estos poderosos sectores –que tienen verdaderos problemas de supervivencia y necesitan más ayudas, y más cuantiosas, para poder continuar–, pero la operación de salvar "Semana Santa" puede poner en riesgo, además de la salud de mucha gente, la temporada de verano, lo cual todavía los perjudicará más.

La fatiga pandémica, la falsa sensación de que con las vacunas ya lo tenemos –fijémonos en el ejemplo de Chile, donde una desescalada demasiado rápida ha provocado los peores brotes de toda la pandemia a pesar de tener buena parte de la población vacunada– y el relajamiento de una parte de la población nos juegan en contra. Hay que volver a ser muy responsables y necesitamos un frenazo general de la interacción social para evitar restricciones más duras y que este tramo final de la pesadilla no se lleve muchas más víctimas.

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