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26/01/2025
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La reflexión, la argumentación, la dialéctica basada en hechos o en principios comprobables han dejado paso a la inmediatez. La verdad es ahora un atributo entre muchos –no lo más importante– porque lo probatorio no es relevante y la responsabilidad por lo que se dice importa poco porque demasiado a menudo no tiene consecuencias.

Cuando, a finales del siglo XIX, la industrialización creó al proletariado, los campos de opinión estaban bien delimitados. Los conservadores querían preservar lo que tenían –los medios de producción– y el pueblo trabajador quería cambiar la situación para que el estado accediera a ella y se pasara de la economía de mercado a la economía planificada. Quedaba claro quién defendía la mayoría y el futuro y quién la minoría y el pasado.

Desde el hundimiento del marxismo en 1989, estos principios han variado. El principio de la economía planificada se ha demostrado menos eficiente que el de la de mercado y, a pesar de una mayor igualdad en el reparto de rentas, la sociedad ha escogido una economía de mercado moderada por reglas que regulan y condicionan la actividad. La socialdemocracia se inventa por tener el mejor de los dos mundos.

La clásica dualidad mercado y planificación económica cambia por autoritarismo y progresismo, y esto coincide a finales del siglo XX con un cambio radical en los medios de comunicación –no visto desde la invención de la imprenta en el siglo XVI–, un cambio que se acelera especialmente desde la aparición de internet. La libertad para difundir mentiras comprobadas no tiene consecuencias para quien las difunde. Las redes protegen el anonimato, y la lentitud de la justicia, cuando llegan las denuncias, promueve la irresponsabilidad y la impunidad.

La primera gran mentira de los tiempos modernos fue el caso Dreyfus –el oficial francés judío acusado de espionaje finalmente liberado cuando se demostró su inocencia–. El escrito de Zola en el célebre artículo "Yo acuso" tenía un objetivo: "No guardo odio contra los ciudadanos que han orquestado la acusación, lo que hago es poner en marcha un método revolucionario para acelerar la explosión de la verdad y la justicia".

En abril del 2010, el avión en el que viajaban el presidente de Polonia y gran parte del gobierno y los líderes de partidos del Parlamento se estrelló sin que hubiera supervivientes. Iban a Smolensk, en la ceremonia en recuerdo de 21.000 oficiales ejecutados por el Ejército Rojo en 1940. Las teorías conspiranoicas sobre el accidente se hicieron virales. El partido del presidente fallecido, Ley y Justicia, ganó las elecciones –un partido de extrema derecha–: la mentira alteró y crispó la vida política en Polonia. El país se partió en dos: los que creían que el hecho había sido una terrible desgracia sin autoría, y los que veían un propósito y un criminal identificable, que lógicamente era la oposición al gobierno.

Lo mismo ocurrió en el 2004 cuando el gobierno del PP quiso endurecer a ETA la autoría del atentado terrorista en Atocha, en el que no había tenido ninguna participación. El debate sirvió para crispar la vida política de España durante años. Era el objetivo.

Los hechos son siempre similares, el mal se produce a consecuencia de una gran conspiración, de una gran amenaza –hay que castigar al responsable–, lo que produce una conmoción social que, de forma simplista, justifica una reacción que favorece el acusador. Se instala en la opinión pública una creencia y un estado de ánimo que favorecen una teoría política o un partido. La realidad nunca se comprueba y con el tiempo se diluye la culpabilidad, sin consecuencias para los autores de la teoría.

El caso Dreyfus, "el puñal clavado en la espalda del ejército del Reich por los políticos responsables de la derrota" en 1918, el incendio del Reichstag en 1933, la noche de los cristales rotos contra los judíos en Alemania en 1938, l ataque de los terroristas polacos contra la frontera alemana en 1939, la guerra de Irak y las armas de destrucción masiva en el 2003, el atentado de Atocha, el accidente del avión presidencial polaco en Smolensk, el Brexit en el 2019 para recuperar la grandeza del Reino Unido y "reafirmar el derecho de una nación democrática a desafiar a la interferencia de Bruselas", el "robo" de las elecciones en EEUU en el 2021 por parte del presidente Biden y el asalto al Capitolio para "demostrarlo"...

Isaiah Berlin dijo: "Existe una necesidad humana de creer que en algún lugar, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en el cerebro de un pensador individual, en los dictámenes de la historia o de la ciencia ... existe una solución definitiva". A pesar de que la realidad y la repetición de hechos lleven a la conclusión de que las quimeras no existen, el hombre, desde la religión hasta la política, desde la fe hasta la ideología, sigue creyendo en ello porque es la respuesta a la pregunta que, desde la ilusión y el sueño, lejos de la racionalidad, se plantea una y otra vez y... Quiere creer, necesita creer por propia e íntima necesidad. Sólo la dureza de la realidad, las consecuencias de los hechos, pueden reconducir las conciencias, pero desde 1945 han pasado 80 años, tiempo suficiente para olvidar lo que entonces los hechos demostraron y volver a creer en quimeras.

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