No independentistas por la independencia

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Jordi Pujol, expresidente de la Generalitat

El tiempo ha ido justamente rehabilitando la obra de gobierno del president Pujol. La edición Cuyàs de sus Memorias es también un magnífico tratado de hacer país y de hacer política, su código binario de antes de que la informática contara en base a dos. Y en base dos se refiere al independentismo: en el último volumen (Proa, 2012), capítulo “El Mont Blanc”, citando a Raimon Galí, y al epílogo, con Vicens y Vilar, que en el devenir diacrónico es cuando se encuentra duro con el tema, el resurgimiento de una idea tan potente como tanto tiempo minoritaria, que empieza a convertirse en pragmática a partir del president Mas, aunque quizá tenga que pasar nuestra travesía del desierto antes de que se le reconozca copyright en la regeneración 3.0 del independentismo.

El presidente Pujol, en la fase alpina, sin tapujos –marca de la casa– afirmaba: “Yo nunca he sido independentista”, compatible con declararse “patriota catalán”. Y argumentaba el no de una forma que se sentía cómoda la mayoría intergeneracional que le mantuvo en la Generalitat durante veintitrés años, muy similar al planteamiento que convirtió al PNV en el principal usufructuario de Ajuria Enea todavía más años, vamos por treinta y ocho. Enumera el peso histórico de la unidad española, el empadronamiento de la Assemblea de Catalunya que hizo suyo desde su amigo Paco Candel, “es catalán todo el que venga a trabajar a Catalunya y se sienta a gusto”, y “ los vínculos familiares que mucha gente tiene con el resto de España”. Aquel proyecto, concluía, defiende "el reconocimiento de la personalidad diferenciada de Cataluña dentro del Estado". Hace cuatro días, no el PNV sino Arnaldo Otegi venía a decir lo mismo para hacer entender por qué EH-Bildu apoyaba la gobernanza de España: no somos españoles, pero vivimos en España y mientras seamos debemos procurar que esta cohabitación sea la mejor posible para los intereses vascos.

Este paraguas cobijaba no sólo a los catalanistas de raíces democristianas y socialdemócratas que ensamblaban a CiU, sino también al socialismo federalista en los diversos pantones de enrojecimiento. Pero esta gran coalición latente y puntualmente efectiva, sobre todo a nivel de administraciones locales, se va a Can Pistraus, que decía Espriu que el presidente Pujol toma como referencia en la segunda entrega de la idea: Espriu que proclamaba un entendimiento con Sepharad, que le pedía que le escuchara, pero Sepharad hacía el sordo.

Aquí teníamos en consecuencia la “desafección” que definió el presidente Maragall antes que el presidente Montilla, reactivada por la sentencia del Tribunal Constitucional 2010 contra el Estatut que resulta que había pasado con creces y nota alta todas las pruebas que la democracia más exigente puede exigir: Parlament de Catalunya, referéndum legal y Cortes Españolas. Una sentencia “demolidora”, adjetiva Pujol, que entona un “De profundis” por la posibilidad de una Cataluña “rica y llena” (digamos con las voces del himno siguiendo el hilo musical), posible en un marco español abierto, pero "no en el marco español centralizador tradicional", que es a la baja el de la molécula corrosiva PPVOX. Pujol concluía con Espriu “que sepa Sepharad que nunca podremos ser si no somos libres” y que por ahora no encontraba argumentos para contradecir el independentismo.

Es decir, había, hay, no independentistas por la independencia, personas que han presentado la dimisión de esperar a que Cataluña se pueda desarrollar en España con comodidad nacional, económica y social, sin extorsiones fiscales, con trenes que no vayan a tres cuartos de quince, reducción drástica de inquietantes esperas sanitarias, sin inquisidores lingüísticos herederos de los delidioma del imperio”... Poder despegarnos sin que nos corten las alas y no mucho más. Ciudadanos que sin embargo estarían plausiblemente bien en el Estado si el Estado no fuera el beligerante que ha llegado a ser: desde la leña en las calles del Primero de Octubre y la intervención de la autonomía en la de los tribunales que el sentenciaron y aún lo sentencian.

Este independentismo por pasiva, funcional y no ideológico, sin embargo, no ha sido suficientemente contemplado por los independentistas de pedigrí, que van reduciendo su blando electoral y, según todas las demoscopias, están perdiendo la hegemonía y filmando uno remake de la desafección, pero esta vez no de España sino de sí mismos. La fórmula de la desafección inversa: repartir traiciones incluso entre sus propias filas, ensañamiento recíproco, y místicos alimentando escolásticamente la purísima inmanencia de los cincuenta y seis segundos de república. O se recupera la bandera, su sentido y su historia, que reúne el máximo alcance de catalanismos, los independentistas e incluso los no independentistas por la independencia, y el sentido que Cataluña supone, o ni independencia... Ni autonomía !

Con el peligro de la involución española elevada a la enésima, y ​​un renovado –sensu contrario– ay vírgenes que vuelve el fascismo y quizás volvamos a la clandestinidad porque ya insinúan ilegalizaciones de “terroristas” partidos nacionales, la España que reclamaba poéticamente Espriu –y Joan Maragall– tiene una segunda oportunidad a partir del gobierno más de izquierdas y soporte plurinacional desde el Frente Popular. Esperamos que no acabe tan mal como acabó aquello, pero a veces, leyendo las crónicas parlamentarias de Pla me parece que estoy en los años treinta y en el “Huevo de la serpiente” de su amigo Xammar.

Y como que l añorado Joan Creixell, terminado un estudio de la prensa clandestina antifranquista, vaticinó que Cataluña volvería a hacerlo, me dispongo a engrasar la multicopista digital y decirles el nombre del cerdo en catalán, valenciano, balear y LAPAO.

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