Todo lo que no paga un presupuesto

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Un profesor impartiendo clase en un instituto del barrio del Raval en Barcelona

Mucha crítica al materialismo, al consumismo, al mercado –aunque sea con razón–, pero entonces, cuando se piensa en remediar los principales problemas colectivos, no se nos ocurren más soluciones que incrementar el gasto público y hacer crecer los presupuestos de las administraciones. Naturalmente, sin pensar en la correspondiente carga impositiva. Es decir, la fácil solución siempre acaba pasando por su dimensión económica, material, mercantil. Un tipo de intervención, por otra parte, con resultados limitados, cuando no disimula el problema o, lo que es peor, lo agrava.

Pondré tres ejemplos para explicar mejor qué quiero decir. Supongamos, en primer lugar, que vivimos en una ciudad particularmente sucia, sobre todo alrededor de los puntos de recogida de basura, llena de garabatos que ensucian fachadas y muros históricos, y con malos hábitos en la recogida de heces de perros. ¿Cuál es la solución fácil, la que es pedida por la ciudadanía y la más rápidamente atendida por la administración? Fácil: incrementar en varios millones de euros el presupuesto destinado a limpieza: más personal y más equipamiento.

Otro caso. Los servicios de urgencias de los hospitales están colapsados, lo que provoca la mala atención de los casos más graves. Se trata de unos servicios de un altísimo coste de creación y mantenimiento por el tipo de equipamiento tecnológico con el que debe equiparse y por aquella abundancia de material sanitario que hemos visto usar sin medida. Y, claro, queremos una atención médica de primera calidad y en todas las especialidades. ¿Qué exigimos a la administración sanitaria? La ampliación del servicio, más personal sanitario y mayor rapidez en la atención. Más presupuesto.

Finalmente, volvemos a la escuela. Sin discutir ahora el valor preciso de los resultados de PISA, lo cierto es que la constatación de unos niveles escolares bajos, especialmente en comprensión lectora –probablemente, la madre de todos los otros niveles–, exigiría una respuesta rápida y eficaz. ¿Y cuál es el tipo de respuesta que se pide a la administración, la primera que proponen los sindicatos? Más inversión en educación, más maestros y reducción de las ratios en las aulas.

Sin embargo, es una obviedad que el problema de la limpieza es, en primer lugar, el de unos ciudadanos que ensucian. Un mayor servicio, en el mejor de los casos, limpiará más rápidamente la misma suciedad que se siga dejando en la calle. Incluso podría ocurrir que, a la vista de la mejora del servicio, se relaje aún más la responsabilidad individual para la salubridad colectiva. Lo mismo para los servicios de urgencias. Por pocas experiencias que tengamos, hemos visto que se hace un uso abusivo y que no tenemos una cultura de la salud que nos ayude a discriminar cuándo hay que recurrir a ello y cuándo no. También sabemos que, probablemente, una mejor organización de los equipamientos de los que ya disponemos ayudaría a su uso más racional y responsable. Y se sabe que el incremento de servicio no hará otra cosa que aumentar la demanda, no satisfacer la actual.

Y no hace falta insistir demasiado en que el desafío de una buena educación, presupuestos aparte, tiene que ver con la formación de los docentes, con los apoyos familiares o con las estructuras sociales y los cambios demográficos. Pero, más aún, una buena escolarización depende de la mentalidad con la que se educa: qué se considera valioso de transmitir, cómo se entiende el niño que debe ser educado, qué se piensa que se le puede exigir, qué importancia se da a la excelencia y a la meritocracia, cuál es el papel del maestro y cuál debe ser la base de su autoridad... ¿No se ve que contratar a miles de maestros sin experiencia ni poderlos evaluar debidamente no resuelve nada de todo esto e incluso puede empeorar la situación?

La responsabilidad individual y colectiva en los asuntos públicos no se resuelve con un incremento de presupuesto público. Un cambio de mentalidad en relación con el comportamiento en el espacio urbano, los usos de los servicios públicos de salud o qué es lo fundamental de enseñar y aprender en un sistema escolar poco tiene que ver con el gasto público. Tampoco se resuelve con campañas publicitarias torpes, onerosas y arrogantes de la administración pública con las que suelen querer mostrar su interés por determinados problemas, sin que nunca sepamos el resultado efectivo.

El espíritu del tiempo no se deja intervenir de urgencia por un presupuesto público poco o muy generoso, sino que se cuece lentamente y discretamente. Y su transformación exige liderazgos éticos socialmente reconocidos y la asunción mayoritaria de unas formas de entender el mundo y la vida de acuerdo con los grandes objetivos sociales que se pretenden. El espíritu del tiempo no es fácil de domesticar. Y en estos grandes propósitos, los presupuestos siempre serán la torna.

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